Sólo el penitente pasará


Liverpool (circa 1985). Aquel día jugaba el Everton y fue la primera vez que uno vio un partido de fútbol de la liga inglesa. El balón iba de un lado a otro como si estuviera loco, pero los locos eran esos jugadores que corrían y chutaban como si aquello fuera el Cinco Naciones con barro en las medias y hasta en la cara. El barro saltaba como la sangre en una batalla medieval y todos esos tipos tenían la misma cara de pateador de Johnny Wilkinson.

El Madrid ayer le recordó a ese Everton que jugaba los noventa minutos como si fueran los últimos cinco. Pero no saltaba barro de las botas sino chispazos de las espuelas. Un equipo de vaqueros guiando las reses de Elche desde San Antonio, Texas, a Abilene, Kansas, bajo el polvo del camino. Los blancos parecen aún mejores así, como cuando Ian Curtis le dijo a Hookie que subiera el volumen y aumentase el ritmo de su bajo para crear el sonido Joy Division.

A esa velocidad se puede dar un concierto por noche, viajando sin parar de ciudad en ciudad donde Isco parece quedarse atrás. El Madrid en ese zafarrancho decide olvidarse del malagueño como Los Simpson se dejaban a Maggie con su chupete. Todo el mundo parece pendiente de él menos sus propios compañeros. Y quizá ese sea el truco. Isco está por ahí pero sin acaparar la pelota, que es como si no estuviera, permitiendo a Karim ensayar chilenitas, el Baby Hook de Magic Johnson frente al Sky Hook de Abdul-Jabbar que es la chilena que está por llegar de Cristiano.

Entretanto Lucas Silva se mueve como si fuera igual de alto que de ancho, lo cual debe de asustar a los rivales como cuando uno juega con niños pequeños que creen ver venir un gigante. King Kong enamorado de diez rubias de Elche que gritan de pánico aprisionadas entre sus manazas, o en realidad sólo una de éstas que va tamborileando por el campo y que además da pases precisos de experimentado jugador de chapas.

Con Lucas y Toni ocupando el centro, cualquiera diría que Isco es el jugador que necesita el Barcelona pero lo tiene el Madrid, lo cual es la historia verdadera de la rivalidad: El Barcelona quiere ser el Madrid vestido de azul y grana y eso es imposible. Así terminaba la primera parte, probablemente con los culés suspirando, mientras Benzema parecía a punto de llorar de camino al vestuario como pensando que a esas horas ya podrían estar en el saloon bebiendo güisqui y rodeando la cintura de una cantante.

La segunda mitad empezó con Roco y sus hermanos haciendo guantes. Visconti ofreciendo el realismo ilicitano con toda la brutalidad de Aarón intentando poner fuera de combate a Bale como si se lo hubiera ordenado su shensei. A todo esto Isco iba aprovechándose de las sobras y cobrando protagonismo en medio de la violencia.

Al fin Cristiano, que era el portento de siempre, se internó por el lado izquierdo y le dio con el taco a tres bandas donde, en la última, esperaba Benzema para colarla en el agujero mientras el banquillo, tan puro y tan blanco, se revolucionaba como los espermatozoides de ‘Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo’ o como los glóbulos blancos de Érase una vez el cuerpo humano. Se sentía la felicidad en las sensaciones, tanto como para que Cris se atreviese a disparar desde Madeira y Carlo relajase la ingesta de chicles que toma como Rust Cohle tranquilizantes.

El portugués y el galés se intercambiaban las bandas como dos adolescentes la ropa e Isco iba haciéndose más y más popular hasta que le tiró un balón en suspensión a Cristiano desde Valencia que éste remató desde las afueras para pintar ‘La Libertad Guiando al Pueblo’. El público empezó a pedir que eligieran al de Benalmádena el rey del baile, pero Roco se enfadó y tumbó a Cristiano y en el lanzamiento de falta que siguió se podían sentir las manos frías de los defensores teniendo delante a Billy el Niño, Jesse James, Wyatt Earp y Buffalo Bill dispuestos a desenfundar, y el miedo de Tyton como si fuera el cobarde Robert Ford.

Marcelo se atrevía a regatear como bailaba la soldadora de Flashdance. Llevaba hasta calentadores en los tobillos e incluso el tutú de las bailarinas de Degas, y aquello parecía el ballet de La Bella Durmiente cuando Nureyev conquistó en París Occidente. Bale y Silva eran forajidos sanguinarios con sus botas rojas guiados por el coronel Jennison, y las verdes de Ronaldo parecían luciérnagas jugando en el aire una noche de verano.

Todo era ya fantasía y Paul Clement, que tiene nombre de director de cine de la Nouvelle Vague le daba instrucciones a Illarra, al que últimamente, una lástima, no le dan papeles sino cameos. Después hubo paredes, taconazos, un delirio desordenado e intenso como el guión de Mad Men, aunque en todo esto también hay aventuras para todos los públicos. Isco salió del Manuel Martínez Valero como el yerno de España, pero uno se acuerda más de Cristiano jugándose la vida en cada ataque como Indiana Jones, que en su penúltima cruzada repetía, rodeado de trampas y esqueletos: “Sólo el penitente pasará, sólo el penitente pasará…”

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