¿Es esta la casa de Bailli?


Se hacía un lío el locutor de la radio con los nombres y decía Farfan donde quería decir Fährmann, el guardameta lesionado. Uno entonces se acordó de Fanfán, el invencible, y de la bella gitana, la Lollobrigida, que le engaña para que se aliste prometiéndole que así se casará con una de las hijas del rey. No se sabe que le prometieron al pequeño Wellenreuther pero el caso es que salió al fin de la aldea y aquello parecía una versión de los tres mosqueteros, con Dartagnan retándose en duelo, en vez de con Athos, Portos y Aramis, con la BBC detrás del convento.

Luego en la tele dijeron que el Schalke era “soto”, caballo y rey y uno miró debajo del sofá no fueran a estar allí escondidos los guardias del cardenal, que eran los que faltaban. Comprobado que no, ya se puso a mirar el juego un tanto sorprendido, de pronto, al ver a Karim al sprint perdiendo todas sus formas: la cabeza metida en el cuerpo, sin cuello, y una aceleración en las piernas como de Mr. Bean mordiéndose la lengua por fuera, lo que reafirma la convicción de que a los artistas no hay que sacarles de su sitio si no se quiere ver, por ejemplo, a Rafael de Paula desarmado corriendo hacia el burladero.

En esas estaba el Madrid como queriendo sentirse, el peloteo vulgar si se puede decir esto de unos jugadores que no tocan sino pintan, esculpen pases, finos esbozos del movimiento por los que después se pagan millones en las subastas. Se pensaba en esto al mismo tiempo que se dudaba si para reconocerse son mejores los equipos exigentes, intensos como un capítulo de ‘True Detective’, o los de “soto”, caballo y rey como el de Di Matteo, quien tiene el aspecto no de dirigir conjuntos sino decurias romanas de esas que guardaban las fronteras en los cuentos de Astérix y Obélix, que cuando les veían venir se daban la vuelta ensayando latinajos.

Major e longinquo reverentia se despistaba uno recordando cuando llegó Huntelaar y a mitad de carrera hizo ¡Klaas!, girándose, y luego ¡Jan! de un chut que paró Casillas con su santidad denostada, que es cuando no se sabe si el disparo del revólver va ser el que contiene la bala: una ruleta rusa permanente cada vez que se pone en acción y que mantiene al aficionado en vilo como a los pobres presos torturados de ‘El Cazador’.

A Íker le quieren tanto en los medios que uno ya resopla cuando escucha el halago de turno, lo mismo que le puede pasar con Isco, que de tanta loa ya es casi un dogma de fe. Nada dicen de que, si es necesario, recupera balones pisoteando al rival como pisoteaban los caballos a Mesala, por ejemplo, que mola más; y, al mismo tiempo que se escuchaba decir al comentarista que le recordaba al joven Iniesta, le pareció oír la banda sonora de ‘Love Story’ y sintió ganas de llorar como lloraba de pequeño cuando su madre le cantaba el ‘Amor’ de Lolita.

Justo sintiéndose venir los primeros pucheros, Carvajal miró un segundo a la olla levantando esa frente que acaba en el tupé de Don King,  y con la izquierda se la puso a Cristiano en la gomina con una sencillez de ensayo, sin apenas tensión competitiva, el brillo madridista que es como un amanecer en el que el joven Wellenreuther, el joven poeta Werther, no se había despertado y salía como soñando aún con el cabello de Charlotte.

Uno sonrió igual que un niño al que todavía no le han limpiado los restos del llanto que acaba de cortar caprichosamente, hasta que el locutor dijo “testiguando” y entonces rompió de nuevo a llorar dejando el rostro descompuesto un buen rato. Trataba de calmarse pero Boateng no paraba de chincharle dándole patadas a Ronaldo como si le estuviesen quitando a uno mismo el chupete. Kevin-Prince debe de ser en Ghana como Carlos Alfredo en Venezuela, un personaje de telenovela famoso por sus capirotazos.

Huntelaar se lesionó y Di Matteo sacó en su lugar a otro niño. El Schalke convertido en una maternidad y Marcelo sacándose de encima a dos y tres contrarios saliendo de repente con una sonrisa por el tubo de la ludoteca. Fue la primera vez que se escuchó nombrar a Choupo-Moting, y uno inmediatamente pensó en cómo sería un coche con turbo, con inyección y con Choupo Moting, quien no estaba solo en el mundo del automóvil porque  le acompañaban Uchida y Aogo, dos nuevos modelos japoneses.

A Cristiano no le salía casi nada pero seguía intentándolo  de tal manera que parecía hasta malo, que es justo la sensación a partir de la cual uno puede llevarse las manos a la cabeza en cualquier momento presa del delirio de un detalle capaz de acallar todos los ruidos, sobre todo los del gentío inflamado.

Pero el locutor seguía a lo suyo enamorado hasta las trancas de Isco. Dijo: “Madre mía, Isco se ha rascado una oreja, qué maravilla, que talento”, a lo que el otro respondía: “Es especioal, este jugador es especioal”, y casi ambos no se daban cuenta de que Bale había estado siendo el mismísimo Pedro Saputo de no ser por una salida al contragolpe de espuela que el realizador tuvo a bien repetir a cámara lenta. Gareth corría, saltaba y taconeaba  como Caracolillo, que fue marido de Juanita Reina, con su melenita endiademada de bailaor español.

El Madrid seguía en lo que se supone que era un partido serio, que lo era, y a uno le resultaba aburrido incluso cuando allí, en Gelsenkirchen, empezaban a salir algunas flores de primavera debajo de la nieve sobre la que Marcelo hacía eslalon mejor que Alberto Tomba, girando los tobillos y cambiando el cuerpo de dirección para tumbar a los rivales como banderas tras de las cuales siempre estaba Kroos atento para ayudar y, ¡oh!, Lucas Silva, quien todo el partido dio una sensación de pertenencia al pasado como la que sentía aquel dependiente de Tiffany’s con las cajas de sorpresas. Uno sintió que Lucas hasta modriceaba para disgusto de Illarra, que va a tener que ponerse a kroosear de una vez para encontrarse en este equipo.

Como no terminaban de rematar los rosas lo hicieron los azules, quienes estuvieron a punto de convertir la cuenca del Ruhr en el valle verde de John Ford,  pero, suspendida la película, Cristiano se hizo un último trile, ya llevaba varios,  se la dio a Marcelo y éste contó cómo era el amor entre Mr. Gruffydd y Angharad Morgan a través del fútbol con un tiro cruzado que llevaba tal aceleración que si no hay red de puro mineral atraviesa el Veltins Arena con la fuerza extraterrestre de los cubos blancos de ‘Súper 8’. Entonces fue cuando apareció la gran familia al completo, los felices Bailli de Goethe que salen juntos al campo para anunciar que llega su primavera.

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