Hola amigos meritocráticos, aquí estamos de nuevo juntando unas cuantas letras para Meritocracia Blanca. Esta vez intentaré escribir, con más o menos fortuna, sobre esa costumbre que han adoptado los ínclitos jugadores de Atleti y Barça, de meterse entre pecho y espalda una buena ración de patadas, pescozones y botazos, acompañada de un surtido variado de insultos, burlas, cortes de manga, peinetas y recuerdos para alguna que otra mamá.
Pero antes de entrar en faena quiero decir que, viendo la última eliminatoria de Copa que enfrentó a sendos equipos, no pude evitar recordar con gran preocupación a nuestro querido Del Bosque. Ese orondo salmantino de profesión Marqués y probador de yogures; a veces seleccionador en funciones -a la espera de sustituto- desde que nos dejó Xavi, y gran amante de esas “siestas banquilleras”, mal disimuladas, con las que nos obsequia cada vez que juega la selección española. ¿Lo conocéis? Pues ese. Y lo recordé con angustia, temeroso de que un hombre tan correcto y cabal como don Vicente, el cual, tiempo atrás no dudó ni por un instante en hacer público su escándalo ante la forma con la que el Madrid de Mou afrontaba los partidos, no pudiera resistir el nivel de barriobajerismo que nos ofrecían los protagonistas de tan grotesca contienda y acabara con sus huesos en Urgencias. Afortunadamente -a Dios gracias- todo ha quedado en una inocente superstición mía, sin consecuencia alguna para la salud de tan distinguido aristócrata.
Nuestro Marqués, tras contemplar tanta violencia cainita entre los dos bandos de la misma camada antimadridista, esta vez optó por guardarse el trauma para sí mismo y meditarlo en la intimidad de su conciencia. Los motivos de semejante cambio de rumbo en su comportamiento habitual no están nada claros; tal vez se deba a que no guarde tanto rencor hacia otros equipos como el que guarda hacia el Real Madrid y, por ello, no ha sentido la necesidad de expresarse públicamente al respecto; o simplemente sea cuestión de que ha sabido reconocer errores pasados y ha optado por tener la boquita cerrada no metiéndose en charcos ajenos. Sea cual sea la causa de su puesta de perfil, sin duda alguna su actitud actual supone, desde mi punto de vista, una mejor opción que la de andar por ahí cebándose mediáticamente con personas e instituciones que nada le deben. Y yo, como persona humilde y agradecida que soy, valoro y agradezco semejante esfuerzo por su parte. Más vale tarde que nunca.
Cambiando de tercio, he llegado a la conclusión de que todas esas marrullerías y golpes bajos que se vienen propinando el Atleti y el Barça últimamente entre ellos -y a todo kiski que se cruce en su camino- tienen dos culpables evidentes. Después de mucho investigar y atar cabos, he llegado a la conclusión de que éstos no pueden ser otros que el futbolista Cristiano Ronaldo y el entrenador José Mourinho. Continúo.
Es evidente que el grave error que cometió Cristiano ante el Córdoba, ha propiciado una reacción en cadena con carácter retroactivo de “intensidades” azulgranas y colchoneras, que también afecta al presente y al futuro. Y es que, teniendo en cuenta que el portugués sabe perfectamente que es el espejo en donde se miran Messi, Turan, Raúl García, Busquets, Giménez, Piqué, etc., y por lo tanto su ejemplo a seguir, ha querido contagiar con sus “malas artes” a esos pacíficos angelitos de almas virginales, transformándolos voluntariamente y por la fuerza en muñecos diabólicos incontrolados. Todo el Mundo sabe que Leo Messi sería incapaz de escupir a un rival, agredir al público del Bernabéu o hacer entradas criminales a la cabeza o al tobillo de otro jugador -entre otras barrabasadas-, sin la perversa influencia que el astro luso tiene sobre él. Y como Messi, otros muchos futbolistas que juegan en la liga española se han visto pervertidos malignamente de la misma forma. Si Cristiano Ronaldo no fuera como es, Turan no se hubiera liado a botazos con el linier; ni Raúl García hubiera querido destrozar a medio Barcelona a base de entradas durísimas; ni Busquets hubiera pisado la cabeza de Pepe procurando hacer el mayor daño posible; ni Giménez le hubiera intentado arrancar el tobillo a Neymar; o, ni mucho menos, Piqué se hubiera puesto chulo con la Guardia Urbana a las puertas del Casino de Barcelona. Por lo tanto, bajo mi punto de vista, da igual que Cristiano a la media hora de terminar el partido contra el Córdoba estuviera arrepentido y pidiendo perdón vía twitter. El destrozo que ha producido la estrella madridista en la conducta de los jugadores azulgranas y colchoneros, es irreparable. Y es por ello que, todas las acciones violentas o vergonzosas pasadas, presentes y futuras, que hayan cometido, cometen o cometerán esos jugadores, deben ser achacables y disculpables en la persona de Cristiano Ronaldo, único culpable de todo.
Con Mourinho ocurre algo similar. Sin su paso por nuestra liga, tanto Simeone como Luis Enrique, serían muy diferentes a como lo son hoy día. Esa ironía victimista del argentino; esa forma suya de tirar los partidos animando a sus jugadores a que se desahoguen a patadas con el rival; esa manera suya de identificar al Atleti como “el equipo del pueblo” -cuando sabe perfectamente que el club está dirigido por una cúpula de millonarios y que tiene el tercer presupuesto de la Liga-; esas veces en las que se le va la olla y se lía, por ejemplo, a dar collejas al árbitro o balonazos a Varane; o cuando da el día libre a los entrenados recogepelotas del Calderón justo después de adelantarse en el marcador, entre otras lindezas, le han sido impuestas maliciosamente por Mou. Todos sabemos que Simeone se resiste con uñas y dientes a ese tipo de proceder, al igual que se resistió con uñas y dientes a clavarle los tacos a Julen Guerrero cuando jugaba al fútbol. Pero la sombra de Mourinho es alargada y al final sucumbe a la tentación. En cuanto a Luis Enrique... esa manera chulesca de tratar a sus jugadores; esa forma de encararse con la estrella del equipo hasta casi llegar a las manos; esa actitud bélica que adopta con los pobres periodistas que están haciendo su trabajo en las ruedas de prensa; y otras muchas “proezas” marca La Masía que iremos descubriendo en Lucho -si Messi no lo acaba largando a final de temporada-, se llevan a cabo únicamente por prescripción Mourinhista. Es evidente que semejante comportamiento nunca saldría del asturiano por iniciativa propia, sino que es causa del efecto Mourinho. A todo lo anterior hay que añadirle, por ejemplo, a esa guarnición de utilleros que utiliza el Atlético de Madrid para sujetar al Mono Burgos cada vez que se quiere liar a mamporros a lo Bud Spencer, o los aspersorazos que el delegado del Barça dedicó a los jugadores del Inter tras caer en semifinales de Champions. Pero como creo que a estas alturas se ha captado de sobra lo que pretendía decir sobre el tema, no ahondaré más en la herida. Basta con que recordéis siempre que la culpa es del perverso Mou.
Por el momento, y una vez descubierto el “quid de la cuestión”, no tengo nada más que decir al respecto. Colorín colorado, este artículo irónico se ha acabado.
Saludos y.... ¡Hala Madrid!
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