Historia de una infamia


Se consumó. Aunque uno aún podía esperar, ilusamente, un último atisbo de dignidad en un asunto que lleva años demostrando carecer totalmente de ella, la sombra de la ignominia planeó de manera indefectible sobre el Bernabéu en el partido contra el Levante, en una nueva demostración de que aún queda mucho camino por recorrer en el camino del madridismo aletargado y el síndrome de Estocolmo. Vergüenzas pasadas, dolores futuros.

Keylor Navas nunca ha sido uno más. Sus cartas siempre estuvieron marcadas desde el mismo momento en el que se consumó su fichaje por el Madrid, porque su destino nunca fue competir en igualdad de condiciones. Probablemente, el hecho de que el club traspasase a su portero titular y accediese a la extrañísima marcha de Xabi Alonso en los últimos días del pasado verano no auguraban nada lógico en torno al sempiterno, maldito y absolutamente nocivo tema de la portería del Madrid, aunque la fortaleza inicial de Carletto y la fe en su decisión de confiar en Diego López para el día a día parecían augurar, como mínimo, cierta sensatez en el asunto. Frente al pésimo y casi risible rendimiento deportivo de Casillas y su eterna disposición para sembrar discordia, la figura del costarricense debía erigirse en un soplo renovador para una posición que lleva años siendo el punto flaco de un gran equipo. El Madrid y el madridismo parecían ganar en tranquilidad, integridad y potencial deportivo, pero nada más lejos de la realidad. Navas ha acabado siendo el enésimo juguete roto de un jugador al que la entidad deportiva más grande de todos los tiempos ha concedido la potestad de poder aniquilar a compañeros y entrenadores, mientras sus palmeros, a menudo antimadridistas reconocidos, se permiten el lujo de repartir carnets de madridismo y establecer decálogos de comportamiento con la inestimable y campechana connivencia de el que nos ha dado mucho. Las figuras más representativas del Club de amigos de la Roja, los estómagos agradecidos del Txistu y las filtraciones puntuales, el entorno del capitán que nunca ejerció como tal, vuelven a actuar como pandilla camorrista con derecho para delimitar titularidades y suplencias, amparados en esa inseparable xenofobia y falta de escrúpulos que les indican el derecho a jugar por razones de nacimiento y amistades interesadas. Y cuadrando el círculo se encuentra Ancelotti, que lo mismo un día es capaz de utilizar a su portero suplente en un humillante rol de parapeto Casillista contra la tan cacareada soberanía de la afición del Bernabéu, que al rato lo ridiculiza abiertamente en rueda de prensa cuando le insinúan que pudiera jugar contra el Barcelona. Si había de posicionarse a un lado y demostrar quién manda en el vestuario, el italiano ya lo ha hecho. Infamia que tú hiciste, infamia por hacer.

El corral de comedias se completó con los pitos a Bale y Cristiano, un jugador de tal dimensión que casi hace que el hecho se torne en parodia de una afición que no ha aprendido nada. El aficionado que pita a Ronaldo no castiga sus fiestas, ni su evidente bajada de nivel en este año, ni tan siquiera sus desafortunados gestos que debería evitar desde este mismo instante, no; el aficionado que pita al mejor jugador que probablemente hayan visto sus ojos castiga su propia estulticia y su total ausencia de sentido común. Pasarán los años y estos mismos volverán a aplaudir y disfrutar con la supuesta garra, el espíritu de lucha y las carreras inútiles para salvar un balón imposible por parte de jugadores menores, porque hace mucho tiempo que en cierto sector de la afición madridista se instauró el principio de que vale más la mediocridad corajuda que el talento con corazón. Un pensamiento de otros tiempos para una afición de otros tiempos.

Con este clima malsano se afronta el que de momento es el partido más importante del año, en lo que sin duda puede suponer un punto de inflexión hacia una temporada exitosa,o un fracaso tan doloroso como inesperado si tenemos en cuenta el contexto y la posición inicial desde la que ambos equipos partían. Buena oportunidad de Ancelotti, los jugadores y la propia institución para recuperar la fe en ellos mismos y recordar que, casi a la par que los títulos, se encuentra la dignidad. 

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