Los genios roban


Algo nuevo y algo antiguo, como las novias, se avecinaba en la mañana blanca de Getafe desde que el locutor empezó a llamarle Kruus a Toni. Luego continuó titubeando, igual que el alemán, y de lo primero salió Krous hasta terminar jugando definitivamente Kroos, quien desenmascaró al farsante anticipándose a los pases del contrario, cortando balones con esas piernas de bailarina que pican el suelo como azadas, y hasta dando los pases a media altura (en realidad a todas las alturas: se dudaba pero el alemán puede subir y bajar el Kanchenjunga sin oxígeno) con los que en la lejana Supercopa de Europa el madridismo creyó haber encontrado oro en un río de Múnich.

Antes de esta evolución el Madrid era una Vespino vieja que Ancelotti, como un adolescente de los noventa, trataba de arrancar con el caballete puesto a pedaladas fútiles, mientras alrededor iba pasando la pandilla levantando el polvo con sus ciclomotores nuevos. Esto es algo engañoso, pero en esa mente de niño que observa cómo le adelantan todos sus amigos a uno le hace pensar que se le ha perdido el respeto, lo cual es peligroso y mucho más después de haber asombrado con goleadas impensables tras un simple acelerón en cada caso. La moto se acabó de calar en esa cuesta de la Copa y Carlo se pasó toda la primera parte del domingo cebando un carburador que daba señales insuficientes.

Una de ellas era que Benzema, caprichoso, parecía gustarse más en la línea de fondo que en el centro del ruedo, como un torero que acude a las tablas para refugiarse del viento, donde ensayó un a-mago que fue el preludio de lo que llegaría. Al final Carletto arrancó su máquina y se puso a buscar sensaciones con el viento en la cara, que fue cuando uno tuvo la horrible sensación de que cuanto más y mejor juega Isco más confundido parece el Madrid. El caso es que el malagueño dejó de participar y Krous envió una pelota al larguero que hizo chas: casi como cuando se cree que se ve, cruza la pared… y aparece Modric a su lado.

Después de esto Cristiano al fin completó un pase y luego James, con el espacio de un jardincillo por delante, se marcó una salida de hoyo dieciocho que atrapó el lionés en el green para anunciar que aquella mañana era Butragueño en el área como dijo Picasso del arte: “los grandes artistas copian, los genios roban”.

Apenas se había esbozado el Guernika de Getafe, donde el talento de Pedro León muere bajo los pisotones de los caballos, cuando James confirmó que se había despertado definitivamente después de sesenta minutos retozando entre las sábanas del Alfonso Pérez para centrar a Bale justo antes de que éste atravesara el fondo de la grada como una tuneladora. El colombiano le detuvo justo a tiempo de causar un desastre enviándole la pelota al pie como a un potro desbocado le sujetan de las riendas, tras lo cual el galés, encabritado, resopló.

Luego fue cuando Ancelotti encontró a sus amigos y James, otra vez, se la envió a Cristiano para que hiciese prácticas de tiro a bocajarro en los estertores del juego, donde Quique Flores, aturdido por los golpes, debió de imaginar que alguien desde las profundidades del banquillo le decía:“Ayudarte podría…”, antes de descubrir que nada de lo que había sucedido era un sueño porque allí, en verdad, se encontraba Yoda.

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