Lo que podría ser


El final de Liga,como casi siempre en los últimos tiempos,deja sensaciones encontradas.Por un lado está lo que pudo ser y no fue,y por otro lo que se atisba que podría venir si se continúa en la línea ascendente de los últimos meses.La revolución que se exigía en enero,no obstante,tendrá que esperar.

Si algo ha evidenciado la competición doméstica es que el Madrid ha vuelto a necesitar verse al borde del abismo para tomar conciencia de sí mismo. Esto hecho, que en otros tiempos pudo significar la consecución de títulos inolvidables, ha demostrado no ser suficiente en un campeonato en el que conceder ventajas en la primera vuelta suele significar despedirse de toda opción de título. Que Benítez decidiera traicionar su filosofía de toda una vida por razones que solo él conoce y que Zidane tardara demasiado en darse cuenta que la línea continuista era la peor de las opciones, no debe ocultar la tristísima realidad de una plantilla en la que muchos de sus miembros decidieron no competir durante varios meses por puro divismo de niño malcriado. El gran arreón final, paradójicamente, sirve para tapar tantas vergüenzas como las que quedan al descubierto.

Suele pasar que el fútbol no es tan complicado como los gurús de la mentira y la estética vacía nos suelen vender, y el Madrid empezó a ser un equipo serio cuando su entrenador y sus jugadores decidieron serlo. Desde el mismo momento en el que se apostó por un esquema lógico en el que se favorece el bloque sobre la individualidad y se potencian las características de grupo, el equipo no podía sino subir su rendimiento. No se trataba de descubrir la rueda, sino de apostar por lo racional y lo razonable. En esta nueva situación, brilla un Casemiro sobre el que Valdano nunca escribirá un libro pero al que muchos de sus compañeros deben la vida, por no decir su continuidad en el club. La inclusión del brasileño en el once titular frente a toda corriente estética supone tener a un personaje de Frank Miller sin miedo a una cara plagada de cicatrices, un soldado de fortuna al que quizá podamos contratar si tenemos la suerte de encontrárnoslo en mitad de un tiroteo. Con él en el frente el equipo encuentra a un ancla al que aferrarse en defensa y ataque, una constante universal que permite que la defensa suba líneas de presión, que los laterales puedan subir contando con una cobertura segura en caso de tener que volver a trincheras y que dos maravillosos interiores como son Kroos y Modric puedan dedicarse a hacer el amor y no la guerra. Lógicamente todo esto redunda en una situación ventajosa a la hora de generar juego y que, gracias a ello, la BBC pueda actuar en posiciones en las que es más fácil clavar un cuchillo en el corazón que desenfundar la Mágnum. Era muy fácil, sí, pero también muy difícil: no olvidemos que algunos imbéciles han pretendido convertir el fútbol en un deporte para gilipollas, y nosotros solo hemos sido capaces de escapar de ello a última hora.

Con la buena senda identificada, y a la espera de ese eterno amor de verano que es la Copa de Europa, Zidane debe afrontar el reto mayúsculo que es revertir la incapacidad crónica de este equipo para competir de manera regular durante nueve meses al año y ser capaz de mantener la tensión en los inviernos en los que el frío aprieta y las discotecas ofrecen el cobijo y el calor que no se encuentra en los campos de entrenamiento. Pensando en esto, uno de los mayores desafíos que tiene que enfrentar Zizou es hacer que James decida si quiere seguir siendo futbolista o jugador del Arsenal, algo que puede parecer lo mismo pero no lo es. Del mismo modo, sería adecuado atajar la descorazonadora involución de Varane, involucrar en las rotaciones a un Kovacic que por características puede ser interesantísimo en este nuevo modelo de equipo, seguir favoreciendo la evolución de un Lucas que nos recuerda a diario que el trabajo y la convicción pueden vencer a los apellidos y, sobre todo, confeccionar una plantilla lógica en la que la baja de un solo hombre no suponga tener que cambiar la lógica del esquema, y en el que los interiores no tengan que jugar de pivotes y los mediapuntas ejercer de centrocampistas por esa falacia que nos cuenta que los buenos juegan de cualquier cosa. Quizá basándonos en el empirismo de lo que funciona, podamos hablar de lo que realmente ha sido y no de lo que podría ser.

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