El equipo del pueblo


Cuentan que los triunfos no solo deben valorarse por la dificultad de la empresa conseguida,sino por la grandeza de los vencidos.Sin entrar a valorar lo tortuoso del camino hasta llegar a Milán,lo cierto es que el Madrid se enfrenta a un ejército numerosísimo: por una parte el del propio Atleti,y por la otra el del antimadridismo más recalcitrante.Al final todo se reduce a los que gozan del triunfo propio y de los que sobreviven con la derrota ajena,lo que en el mundo del fútbol actual suele reducirse al Real Madrid y el resto.

No se recuerda un partidismo tan exacerbado y evidente ante una final jugada por dos equipos del mismo país, salvo que uno se remonte a este mismo partido hace apenas dos años. Claro está que la frustración provocada por el como (una de las victorias más épicas y emocionantes que la realidad podría concebir) y el cuando (en una final ante el equipo al que hay que apoyar si uno quiere ir a la moda, ser el cuñado perfecto o convertirse en un exponente de la campechanía y la corrección política tan valoradas en nuestra patria) han elevado el revanchismo hasta niveles peligrosos para la salud y hasta la decencia. Ni siquiera una pequeña y por supuesto acomplejada parte del madridismo ha podido escapar al Síndrome de Estocolmo promovido por Relaño & Apadrinados y las soflamas motivadoras de Simeone, tan llenas de contenido como un programa de Sálvame o un disco de El Canto De El Loco. Claro está que Belén Esteban y Dani Martín son del Atleti, como no podía ser de otro modo. Y también está claro que a lo que antes me refería como madridismo podríamos llamarlo de una manera muy distinta.

El Madrid se ha vuelto un equipo indie. Es el equipo de los valientes, los marginados por ser como son, los que reciben miradas de desaprobación por mostrar con orgullo su pasión y sus colores. El madridista reniega del establishment y aboga por la fuerza del individuo frente a la vulgaridad de los absorbidos por las corrientes del pensamiento único, la manipulación informativa y el buenismo social. En la glamurosa Milán, el equipo blanco no tiene que presumir de humildad ni falsa modestia, porque eso sería ofender a una Copa de Europa que se presta a ser seducida por undécima vez. Quizá sea porque en Concha Espina, la filosofía del partido a partido no se asume como chascarrillo fácil, sino como un medio para el fin que mejor se conoce: ganar.

Y es por eso por lo que el Real Madrid no necesita subir a las nubes, ya que nació en ellas. Tampoco necesita definirse en base a consignas populistas, frases de manual de autoyuda para adolescentes ni imaginería nacionalista, porque su razón de ser es una leyenda de triunfos tan infinita como su propia existencia. Porque no hay mayor sentimiento que el ser partícipe de la historia más grande jamás contada desde que a alguien se le ocurrió pegar una patada a una pelota de trapo, y porque no dejar de creer es ganar una final con un cabezazo imposible en minuto 93. Porque donde unos dicen que la historia les debe una Champions, el club blanco sonríe altanero y contesta que a él el fútbol se lo debe todo. Y porque, en definitiva, no está de más recordar que en estos tiempos en que los falsos profetas del amiguismo deportivo venden su opio a la sociedad, el Madrid es el auténtico y verdadero equipo del pueblo.

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