Pena máxima en el antimadridismo


La consecución de la Undécima por parte del Real Madrid ha provocado la habitual catarata de lamentaciones en el antimadridismo militante, especialmente en los grandes ausentes de la Final de Milán, los barcelonistas

«Undécima o Caos», se podía leer en alguno de los diarios afines al barcelonismo que, pese a su catalanismo militante, se imprime enteramente en español por aquello de la supervivencia del negocio. Toda una serie de hipótesis, a cada cual más tenebrosa, se cernía sobre el Real Madrid en caso de perder la Final de la Liga de Campeones que se disputó el sábado: Zidane a la calle, Florentino Pérez abandonando la presidencia madridista, espantada de jugadores... Los militantes en ese extraño odio al Real Madrid, los antimadridistas, que son legión entre los barcelonistas, pero también entre los atléticos y otros lugares de la geografía nacional (claro que no son mayoritarios, pese a lo que la prensa intenta hacernos creer), se frotaban las manos ante esa posibilidad.

Pero resultó que no: entre la disyuntiva de la Undécima o el Caos triunfó la Undécima, y lo hizo, a pesar de todos los pesares, de la manera más obvia posible según se iba desgranando el partido: por mor del carácter ganador madridista y el carácter de segundón y acomplejado, atenazado por la responsabilidad, del equipo colchonero. Una vez que Cristiano marcó el penalti que certificó la victoria blanca en la tanda fatídica, la desesperación de tantos antimadridistas, unidos solidariamente en su rencor pese a que están condenados a enfrentarse cuando prescinden del enemigo común, empezaron a buscar excusas a cada cual más peregrina para justificar la «injusta» victoria del Real Madrid.

Afloraron las más sesudas teorías que servían para considerar inmerecido el triunfo blanco: que si Ramos había marcado en fuera de juego (pese a que el gol va precedido de un penalti clamoroso al esta vez excelso capitán madridista, que el árbitro no señaló y que, reglamento en la mano, no debería señalar para precisamente no beneficiar al infractor), que si una victoria en la tanda de penalties no es más que el resultado de la suerte y no de los merecimientos; que si fue una victoria de mero palmarés [¡sic!]. Hubo quienes, en esa esquinita donde abundan los ultrajes al Himno Nacional Español en las Finales de Copa del Rey, publicaron una portada con los jugadores colchoneros desolados tras la derrota, y en un rectángulo minúsculo, casi imperceptible, mostraron la foto de los campeones luciendo la Undécima. Qué duro se les hizo... Resultó hasta extraño que el mismo periodista que en su día tildó la victoria del Real Madrid que supuso la Novena tras gol antológico de Zidane no titulase su columna de segunda página «Nuevo triunfo vergonzante de Zidane».

Los medios de comunicación, casi en bloque como podemos apreciar, estaban muy entristecidos por el triunfo blanco. Ni siquiera los comentaristas de la retransmisión de la final, salvando a Guti como es natural, pudieron más que mostrar su desencanto ante el desenlace. Y es que todos ellos querían, en su fuero interno, que ganara el Atlético de Madrid, no para que los colchoneros se estrenasen en su palmarés de Copas de Europa, sino simplemente para evitar que el Madrid sumase una «orejona» más. A tal grado de odio y energumenismo llegan estos sujetos que, como bien sabemos, la celebración del doblete barcelonista fue bastante discreta, precisamente porque muchos temían que la Undécima estuviera al llegar. Para evitar tan doloroso trance, todo lo fiaron a que el Atlético de Madrid eliminase su estigma de perdedor, de «pupas» que tantas veces ha acompañado a lo largo de la Historia del buen club rojiblanco. Para su desgracia, los colchoneros fueron fieles a su Historia, y muchos, en su cerrazón, fueron incapaces de entender que el resultado era como decimos una consecuencia lógica.

Pronto el Real Madrid se adelantó en el marcador, resultado de su dominio en el juego y la presencia en el área rival, y pese a ceder justo después la iniciativa al equipo de Simeone, en la segunda parte tuvo varias jugadas para sentenciar a la contra, antes de la igualada de Carrasco en la única jugada con cierto criterio de los colchoneros en su largo tener el balón sin resultados. Con los tres cambios consumidos por Zidane y dos en la baza del Cholo, éste sorprendentemente no inició la prórroga incorporando gentes de refresco, sino que, igual que hiciera Emery en la Final de Copa del Rey de la semana anterior, dejó que la prórroga se consumiera sin poder inquietar al Madrid, que se rehizo y aún pudo levantar la Undécima antes de que expirase el tiempo extra...

El Atlético tuvo al Madrid en la lona, pero no lo aprovechó, y la resolución en los penalties fue cruel pero justa con la historia de ambos clubes: el Madrid hizo pleno en la pena máxima ante un Oblak impotente, y Juanfran, de pasado madridista, estrelló su lanzamiento en el larguero. Pesó la amplia experiencia y templanza de los jugadores blancos, curtidos en muchas batallas de esta índole y a quienes lo único que les motivaba era el triunfo. Como bien dijo el odiado Mourinho, en un verdadero ejemplo de carácter madridista, para el Real Madrid no sirve el «casi»: o se vence o se fracasa. Y la victoria ha sonreído muchas veces a los blancos...

«Pena máxima», titularon en varios diarios probarcelonistas sus portadas en el domingo en el que el madridismo celebraba la Undécima. Y en efecto: el antimadridismo está de luto máximo, porque su odiado y común rival volvió a triunfar, para su desesperación. Y es que los odiadores del club más laureado de la Historia coinciden tanto en su fobia como en su carácter perdedor y segundón, cuya alegría es siempre la desgracia ajena.

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