Amanece, que no es poco


Llegaba Zidane al primer equipo y ya empezaron a clarear las sombras, porque en eso se había convertido el Madrid: En un equipo oscuro, mucho más gris que su segunda equipación y con un ambiente en la afición más negativo que los grados del termómetro en Siberia. Zidane transmitió desde el primer momento mucha alegría pero no euforia, buen rollo pero no pusilanimidad, y simplicidad sin caer en el simplismo. Habló de tener cercanía y «dar cariño» a sus jugadores pero también de que el trabajo, el grupo y no la individualidad serían con él lo más importante; dijo que jugaría la BBC, que Cristiano seguiría tirando las faltas pero también que todos deberían defender sin balón: Una de cal y otra de arena con una sonrisa en la cara y un mensaje sencillo y sin dobleces.

El mundo del fútbol es puñetero y estar al frente del equipo más grande del mundo es una labor casi más propia de un héroe homérico que de un simple mortal. A Benítez ya se le había destituido incluso antes de tomar posesión de su cargo: No hay más que echar para atrás en esos timelines de la parra del Señor y leer los epítetos que recibía de buena parte del madridismo. Después, aquellas lágrimas en su presentación y un par de coscorrones bien dados a la prensa mejoraron en algo su posición, pero todo se fue al garete tras el revolcón ante el barça y otros partidos —por llamarlos de alguna manera— que ya todos conocemos y de los que prefiero ni acordarme. Al final, los resultados mandan y los del equipo con Benítez al frente fueron, como diría Rajoy Junior, manifiestamente mejorables.

¿Quién tuvo la culpa? ¿El técnico? ¿Los jugadores? ¿La junta directiva por ficharle? Yo creo que un poco de todo eso habrá, porque huyo de maniqueísmos, pero lo cierto es que si un técnico no logra conectar o generar empatía con sus jugadores, mala cosa. Para mí, la labor de un entrenador no es poner firme a un vestuario (en ese caso, Chuck Norris sería el mejor entrenador del mundo), sino conseguir que ese grupo humano rinda al máximo, sea a base de «cariño», latigazos, de videos tácticos o, seguramente, de las tres cosas según proceda en cada momento. Y en ese caso, supongo que si no consigues saber a quién y cuándo aplicar una u otra opción, estás perdido, y algo de eso parece que hubo en el caso de Benítez. Pero volvamos al francés, que el fútbol tiene poca memoria y las esquelas deportivas duran lo justo.

Más allá de las buenas sensaciones iniciales, debía Zizou comenzar con buen pie su andadura en el Bernabéu porque la cosa no estaba para mucha paciencia. De hecho, la paciencia en el Bernabéu es como un cubito de hielo en medio del desierto: Un hallazgo improbable y, en cualquier caso, fugaz. Pero no hizo falta recurrir a paciencias: Zidane, cómo César, vino, vio y venció. Y además, convenció. El equipo mostró dinamismo, alegría en el juego y profundidad por las bandas. Benzema inauguró y cerró el marcador, desplegando un juego a prueba de haters; Bale —ese chico que no sabe jugar al fútbol, como dijo Segurola—hizo un maravilloso partido en que volvió a dejar detalles —aparte de tres goles como tres soles— de auténtico jugador top; Carvajal muy bien por su banda y Marcelo desequilibrante por la suya; Modric y Kroos parece que vuelven a tomar la batuta de la orquesta del centro del campo y Cristiano, aunque no marcó, estuvo muy cerca de hacerlo y realizó un buen partido. En definitiva, una manita endosada a un Depor que también tuvo sus ocasiones y que desnudó algunas carencias que todavía arrastra el equipo en defensa. Nada perfecto bajo el sol, pero miren: Pasar de la noche al mediodía en sólo un partido es imposible. De momento amanece en el Real Madrid, que no es poco.

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