El club y el estigma


Dicen que la alegría dura poco en la casa del pobre.Pues bien,lo que hasta el martes había sido una felicidad relativa por ganar un partido a todas luces intrascendente,ha acabado desembocando en una (otra) dolorosísima derrota que vuelve a demostrar que este Madrid es un equipo tremendamente pobre de espíritu.Nada que no supiéramos,por otra parte.

Como no podía ser de otra forma, la actual plantilla y sus trasnochados líderes no podían faltar a su ineludible cita  con ese partido absolutamente ridículo en eliminatoria Champions de cada temporada, algo que ya se ha convertido en una tradición primaveral tan arraigada como puedan serlo las alergias y los anuncios de El Corte Inglés. Solo un grupo de jugadores tan manifiestamente acompetitivo podía superar aquellos hits del escarnio al escudo y la institución que supusieron los partidos de vuelta frente a Borussia y Schalke de años pretéritos, aquellos en los que un equipo de supuesta élite europea suda sangre para sacar adelante una eliminatoria en la que parte con un 3-0 y un 0-2 a favor respectivamente. No busquen nada similar en cualquier equipo medianamente serio: este Madrid es excepcionalmente único para lo malo. 

Por supuesto, nada de lo ocurrido en Wolfsburgo es casualidad. Un servidor ya barruntó en el mismo momento del sorteo que a la fórmula del fracaso no le faltaba ni un solo ingrediente: rival a priori fácil, vuelta en casa y jugadores confiantes no podía significar otra cosa que una noche negra en la historia del Real Madrid del siglo XXI, un club más definido por partidos como el de anoche que por las grandes gestas europeas. Si a ello le sumamos la alegría postcoital del engañoso partido del Estadio Nacional Comandante Artur frente al Barcelona, apostarlo todo a la derrota era dinero regalado.

El resto es historia. Cierto es que Zidane tan solo necesitó dos meses y tirar la Liga definitivamente frente a equipos de alta alcurnia como Betis o Málaga para demostrar un mínimo de dignidad apostando por un Casemiro al que solo él seguía sin ver como imprescindible, pero los problemas estructurales y orgánicos del equipo siguen siendo tan evidentes que probablemente no se tenga la más mínima intención de solucionarlos, porque no olviden que esto es el nuevo Madrid. Así, se pretende competir con una defensa conformada por jugadores con una tendencia a la pérdida de papeles y el error individual como no ha existido nunca, un medio campo en el que a pesar de atisbarse cierto compromiso defensivo sigue existiendo un desesperante déficit de aportación en ataque y ocupación de espacio central en tres cuartos, y una línea de ataque permanentemente coja y en la que tan solo Bale posee una aceptable capacidad de desborde individual. El resultado de todo esto no puede resultar en otra cosa que un equipo extremadamente blando en defensa y tristemente predecible y lento en ataque. Quizá sea hora de que Ramos vaya ajustando su libro de estilo postpartido, y a su ya famoso “nos ha faltado intensidad/lo vimos todo hecho/creímos que sería más fácil” añada un “y nos ha faltado calidad” que es tan real como la vida misma. 

Toca semana de bravatas, moltolonguis, ouijas, revisionado de partidos de hace décadas y demás ritos de primavera que hacen hervir la sangre más por pereza y hastío que por verdadera creencia en la posibilidad de remontada. Toca esperar un partido que esta plantilla ni conoce ni sabe jugar, así como confiar en una actuación arbitral que no se ajuste a los designios mafiosos del Barcelona y su reconocida Trama Godall, frente a la que este Madrid falsamente señorial, acomplejado y neobuenista del presente siglo no ha movido un solo dedo. Y finalmente, toca comprobar que la sensación general es que el madridismo está harto de actos de fe hacia un grupo de jugadores definido por el fracaso y el endiosamiento injustificado, cuando hubo un tiempo no demasiado lejano en el que realmente se llegó a jugar como un equipo comprometido y solidario en todas sus formas y al que se decidió renunciar en pos de la felicidad de los verdaderos culpables. Probablemente, ese fue el preciso instante en el que murió el club y nació el estigma.

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