La otra mañana me dirigí a mi sucursal de banco a realizar unas gestiones y uno de los empleados, al término de nuestra conversación y alejado de protocolos habituales, fue tan cortés de ofrecerme –sin contrato con letra pequeña de por medio- un botellín de agua fría en un gesto tan sospechosamente amable que sentí la misma incomodidad que Amancio Ortega viajando en transporte público. Lo hizo porque se percató de lo acalorado del ambiente fuera del establecimiento gracias a los continuos comentarios de los clientes entrantes y claro está que la sequedad de garganta de los feligreses es punto de suma preocupación para los banqueros.
Salí de la sucursal y la botella duró llena lo que dura Aquiles en ir a matar a Héctor tras enterarse de que éste ha rajado la garganta de su primo Patroclo. Tras esta escena troyana volví a reflexionar sobre la incomodidad sentida en dicha entidad bancaria y me pregunté si esa sensación se podría equiparar a la que experimentan los recién fichados entrenadores del Real Madrid. Viajan a Madrid, van al despacho del amigo de Aznar, firman un sueldo descomunal y hogar dulce hogar. Pero espera, algo va mal, no se puede tener tanta fortuna en tan poco tiempo –a no ser y repito que te llames Amancio Ortega-. Así que me imagino al entrenador de turno, en este caso Benítez, de vuelta a casa pensando en que algo no cuadra.
Algunos bancos (no me gusta generalizar, pobres incomprendidos) poseen inteligentes artimañas para ponerte contra las cuerdas, como en su día lo hizo el argentino Marcos Maidana con Mayweather, y además te responsabilizan de lo sucedido aunque no te ubiques en los términos de lo acaecido, aunque para ello suelen tomarse un tiempo prudencial convenciéndote de que todo transcurre con normalidad, que puedes depositar tu confianza en ellos, que ninguna manzana podrida administra tu dinero, que Michael Corleone no ordenó matar a su hermano Fredo.
Pero si hay una institución que no entiende de tiempos prudenciales es el Real Madrid, y aún menos con su entrenador, que una vez en casa se dispone a revisar la letra pequeña del contrato y siente como alguien le asesta una sonora bofetada. No podía ser, su patrón le había ¿engañado u ocultado información relevante?, Florentino le había mostrado “El lado bueno de las cosas” pero no le había enseñado “El cabo del miedo”. La letra pequeña reflejaba la realidad de su cargo; será entrenador de fútbol pero la prensa no le cuestionará sobre fútbol, deberá mimar a cada uno de sus futbolistas o no le seguirán –o al menos eso publicarán-, será criticado aunque las estadísticas no den razones para ello, deberá conseguir en tres meses lo imposible, su mérito en los triunfos será minimizado y su figura señalada en caso de derrota, nadie promulgará su palabra ni tendrán en cuenta sus coherentes declaraciones ya que serán manipuladas, sus más de doce horas diarias de dedicación no serán reconocidas y en caso de no conseguir títulos será excretado saliendo por la puerta trasera. Rafa se quedó con un rostro similar al de Sonny cuando recibe la llamada de su hermana Connie contándole que ha sido maltratada por Carlo Rizzi. Quería respuestas. Tenía que hallar el motivo del embuste. ¿Traición del padrino o protección?
Celebrada la reunión entre mandatario y técnico, el segundo pidió explicaciones, ávido de respuestas contundentes quería saber si era un cabeza de turco más. El primero recordó a Al Pacino, molesto e indignado por la osadía de la pregunta, clavándole los ojos a Diane Keaton que, con lágrimas a punto de caerle por los ojos, solo le preguntó “¿Es cierto?”. Florentino dijo firme que no y, en un gesto que parecía condescendiente, abrazó a su pupilo. Y digo parecía porque en ese mismo instante susurró algo al oído de Benítez con voz siciliana. Las palabras no fueron otras que “Pero tu acaba con el Barça…”.
Muy cierto: Benítez, que en su día rechazó entrenar al Madrid, ahora acepta el desafío y a ver si dura. Del resultado que logre el sábado probablemente dependa mucho su futuro. De eso, y del vestuario que ahora comanda el simpático hijo predilecto de Camas.
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