Niñas haciéndose trenzas


La raya que le surcaba a Cristiano la cabeza era como la que traza uno en su libreta cuando cambia de tema,como si aquí empezase otro dos mil quince.Una raya como la del medio campo por debajo de la cual ya no quiere estar el Madrid desde el veintidós de marzo,cuando no obtuvo la victoria pero sí encontró una puerta a las estrellas enterrada en la arena.

Pintaba bien ese nuevo Madrid con Modric correteando como un niño entre las mesas de un restaurante;el flautista de Hamelín llevándose consigo a toda Granada,desde el Albaicín hasta el Sacromonte,también una Alhambra de Al Arabi,incluido Abel que había dado instrucciones de seguirle sin saber que no eran sus órdenes sino la música del croata lo que allí se ejecutaba.

Ronaldo bajaba a recuperar balones más allá del muro (de la raya) como si fuera un guardia de la noche. Llovían balones de fuego como bolas de catapulta y allí estaba Benzema con un canasto cogiéndolas al vuelo igual que un pillo esperando a que su compinche le lanzara las naranjas desde el árbol.

Regresó James y en el Bernabéu había un ambiente de alegría como si hubiera vuelto el ruiseñor de las cumbres que saltaba Bale con pases que iban de una esquina a otra. Solo faltaba ver al galés vestido con pieles, un bárbaro de las montañas con diadema y hasta un coche que derrapa o un caballo de polo trotando por el campo. El colmo de la metáfora.

Se vio a Ronaldo saltar y su cabeza, su casco de gomina, más arriba que los brazos estirados de Oier quién debió de comenzar a sentir temor ante la cercanía del monstruo. Pese a la amenaza (igual a otras anteriores que terminaron sólo con el nombre), al Granada le daba tiempo a salir de su ratonera como Jerry burlando al gato Tom.

Eran contragolpes de Pixie y Dixie que pillaban desprevenido a Jinks, pero esta vez sólo fue un espejismo. Era la raya de Ronaldo la frontera del pasado dos mil quince. La primavera del Madrid a la que se rogaba: “…al final volvía siempre la primavera, pero era aterrador que por poco nos fallaba” decía Hemingway.

El Bernabéu era incluso la selva con Cristiano y Benzema descolgándose en lianas. Marcelo se desdoblaba y el juego eran pedazos de cristales rotos desprendiéndose de su marco como guillotinas. Había un monaguillo tocando a misa colgando de la campana. Al Madrid le empezaban a pesar las oportunidades justo cuando Gareth marcó un gol geométrico: echándose la pelota de un lado a otro como dándose carrerilla y al público un suspense feliz.

A partir de entonces se oyó la corneta en las llanuras. James parafraseó a Wilde resaltando la importancia de llamarse James con un giro de tobillo que resolvió Cristiano con la solvencia rejuvenecida, la visión y el día claro y soleado. Niñas haciéndose trenzas una mañana de primavera.

No se sabe si Oier tenía miedo o es que sus manos eran espías cuyo enlace era el siete madridista. Esas manos que surgieron del frío.  Mientras el mejor jugador del mundo se dedicaba a marcar goles a toda velocidad, Karim se entretenía improvisando, posándose en una rama, y luego en otra como una mariposa.

Casillas dormitaba a la sombra, como Newton bajo el árbol, hasta que le despertó El Arabi por infiel. Lejos quedaron los tiempos tranquilos del capitán, al que le caen encima las manzanas al poco que entorna los ojos. Allí estaba viéndolo todo Morante con su bombín, quien luego dijo que estaba arribita y que había venido corriendito. Sólo le faltó decir: Lukita.

Empezó la segunda parte y a uno le dio por pensar que está bien que brille Modric mientras Kroos parece un secundario (imprescindible). En ausencia del primero el protagonismo lo tomó el alemán y de los peliculones se pasó a los bodrios. Pero eso ya pasó. O tóquese palo. Seguía la fiesta y seguían sacrificando corderos.

Benzema marcó (pecho y empalme como punta y tacón) y luego miró a Ancelotti que cada vez es más el patriarca de los Morgan, la familia de mineros de Qué Verde era mi Bernabéu. El partido era un pim pam pum: centro con tiralíneas de Marcelo, dejada del egoísta y cuarto de Cris. Luego fue el segundo de Benzema y salieron Jesé y Chicharito, los sobresalientes que lleva Carlo en su cuadrilla.

Gareth casi marca de falta preciosa el octavo que al final podría haber sido el décimo; y lo que quedaba era una tarde casi veraniega, de siesta y silencio: ranas saltando en las charcas, el canto de las cigarras… no, porque de pronto contraatacó el Granada que se encontró con el pie de turno de Casillas, ese pie que antes despejaba y ahora redirige para sofoco de Vecchi. Debió de ser para compensar el drama de los granadinos cuyo desenlace ni siquiera pudo escribir Mainz en propia puerta sino Cristiano quien, de haber tenido unos minutos más, hubiera firmado una comedia. 

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