¡Ándale!, ¡ándale!, ¡arriba!, !arriba!


Sometido el Atlético tras la sucesión de guerras indias (los navajo iniciaron el miércoles su larga marcha a la reserva),es como si el Madrid se hubiera lanzado definitivamente a la conquista de América.Se apreciaba en Vigo una beligerancia osasunista,valencianista (una epidemia que se extiende),aficiones a las que es llegar los blancos y erizarse como gatos.

De igual modo que el shensei de los Cobra Kai les había dicho a sus pupilos: “Sin piedad”, Berizzo les habría repetido a los suyos: “Hay que anticiparse”. Los celtiñas eran peloteros videntes y el Madrid, sobrepasado, resistía a fuerza de detalles como los de Illarra quien, aunque a veces defiende igual que habla, otras, a ramalazos, parecía Von Karajan organizando a este equipo filarmónico.

Casi nada más posicionarse llegó el primer gol como el aperitivo de una velada en la que se intuían entrantes, primer y segundo plato, postre, café y hasta copa. Superada la defensa sólo quedaba Casillas, que en esta ocasión jugaba al escondite inglés mientras el balón, despacito y dando botes, se colaba dentro del marco como una granada antes de explotar, y Ramos perdía los zapatos enredado en el Twister.

Lo que también casi perdió el de Camas fue la cabeza, pero la peor parte se la llevó Larrivey. Cada vez que se decía su nombre, si uno cerraba los ojos, era como estar viendo aquellas finales de los ochenta entre los Lakers y los Celtics con el mito de Indiana encestando triples que le salían de la nuca. En una de esas idas y venidas (el partido se jugaba en una cancha de baloncesto), Cristiano se fue por el fondo, quizá la única vez en todo el encuentro que el Celta no metió una pierna, para dar el pase de la muerte al que James le puso un empalme sencillo de gol y pura electricidad a Kroos.

Illarra seguía perdiendo balones pero después los recuperaba o se redimía de otro modo casi inexplicable, algo así como la clase. El de Motrico hacía todo eso mientras Isco daba patadas a una lata pegado a la banda, todo lo contrario que Chicharito, un Speedy González con las ganas de un maletilla que se pone a torear vacas desnudo por las noches para no estropearse la ropa.

El de Guadalajara se la llevó con el hombro (en realidad fue con la fe) para marcar cruzado a centro de James, que es un ángel. Parecía que Isco había alcanzado la madurez y que Illarra seguía siendo un adolescente, pero ahora se ven las cosas de otro modo: el vasco remonta poco a poco una edad difícil, y el malagueño muestra un pavo preocupante.

Superaba el Madrid una ofensiva sangrienta con Larrivey poniéndolo todo perdido como en Reservoir Dogs, donde Santi Mina sacaba su pistola y se unía al tiroteo por el hueco donde sólo quedaba, otra vez, Casillas, que en esta ocasión tenía la forma de uno de aquellos palos de los videojuegos antiguos. Menos mal que el Madrid estaba en modo automático de no admitir sorpresas. Cristiano la mandaba al poste tras jugada de Toni y el Chícharo de moda (el "Totó" Schillachi de este fin de temporada), justo antes de que James rompiera el empate rebotado en Fontás.

El partido porfiaba en su guión. Los vigueses salían de debajo de la yerba como perrillos de las praderas, en ocasiones como el monstruo aquel de 'Temblores', la película ochentera de Kevin Bacon. Larrivey con el gorro subido parecía un pitufo enorme y malvado salido de una batalla medieval, y Nolito seguía siendo un entuerto incluso perdiendo fuelle.

Despejaban los blancos siempre en corto para salir jugando pero siempre había allí un celtíbero aguerrido saliendo de la madriguera que tenía agujeros por todo el terreno de juego. Gran preparación del encuentro de Berizzo como si se hubiese pasado el fin de semana excavando túneles subterráneos.

A pesar de todo llegaba el balón manso a manos de Casillas quien se gustaba adornándose en garbeos por el área como Luguillano por el ruedo en una de esas tardes en que no tenía verdad. El Madrid respondía al acoso. La sacaba con lo que fuera en el batiburrillo hasta que Ramos vio pista libre y se lanzó por el centro de una pendiente en la que ya se deslizaba Chicharito, quien controló la pelota con la punta del esquí para superar como a una bandera a Sergio Álvarez. Y ya no hubo más. Mientras Pepe salía al campo para precintarlo, Larrivey se marchaba desangrado, como su equipo, o quizá es que ya no le quedaban más camisetas.

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