Se ganó el Madrid la semifinal con una justicia tan pesada como el Bernabéu,cuyos planos a pie de campo daban la sensación de que se jugaba al fútbol bajo los jardines colgantes de Babilonia.Mientras Chicharito lloraba en el banquillo,se agotaban los cinco minutos de añadidura a fuerza de cambios de Ancelotti al que otra vez dio Simeone un baño táctico que sin embargo se vio al revés como está crónica que sólo debería escribirse del principio al final,y no del final al principio,si se hubiera producido un resultado más abultado y más propio.
Raúl García es un híbrido entre un estibador de los muelles con el gancho al hombro y una vieja comadre de la Misericordia de Galdós. Pero ocurre que la tienen calada, o en Europa no y por eso le sacaron el premio que mereció sin excusas. Nada de limosna. Además, da la impresión de que García en realidad no sale a jugar sino a conseguir una tarjeta como si de verdad fuera pobre y ésta llevara un descuento.
Se irguió Cristiano tras una visión. La cara como si emergiera su cabeza del agua de la bañera y allí estuviese James para asirle y regalarle con todo el cariño el gol al que más lo quería. Corría el cuate elegante y humilde hacia la esquina con los brazos en alto para tumbarse boca arriba como Nadal, que siempre se tapa los ojos con el brazo, como cegado por el relumbrón.
No hacía mucho que a Oblak debía de haberle mirado Casillas con añoranza de tiempos jóvenes viéndole allí enfrente, casi desde la intimidad de su casa, como las viejas diapositivas de cuando le llamaban el santo. Fueron James y Chicharito, reptando los dos por el suelo como en un desembarco quienes a punto estuvieron de batir la portería. Lo mismo que al Cholo le dieron la vuelta su lección estratégica, a Arda le sacaron una segunda cartulina de las que ya hubiera querido Raúl García para su colección.
Acababa de entrar en el campo el medio campista a sueldo de Simeone, justo después de que Miranda dejara claro que su intención primera era la de descoyuntar al hijo del Chícharo, quien todo el partido pareció un torero ante su única corrida del año, jugándose la vida en cada lance. Javier Hernández “el chicharito” con los dientes fuera mordiendo el aire para agarrarse a él en cada salto y haber dejado dicho que “Esto es de todos. Todos luchamos, todos corrimos”.
La primera parte terminaba con un solemne vacío en el centro del campo, con el balón moviéndose por los bordes como si la zona de Lukita fuese un cementerio de sioux que hubiese que respetar. El Atleti se manejaba en formación de tortuga para defender, no para atacar. “Atacar es sacrílego”, debió de dejar escrito en la pizarra el abad Simeone.
Chicharito comenzaba por entonces a sentir los primeros golpes de la paliza de Miranda, el general Huerta deseoso de acabar con Pancho Villa, mientras se hacía patente que Isco no es teniente para enfrentarse a indios salvajes y armados. El área atlética por momentos pareció Times Square, llena de luces y de nacionalidades: española, portuguesa, uruguaya, colombiana, turca, eslovena, francesa, croata… un trasiego constante de turistas y de fogonazos.
El ataque del Madrid eran los asaltos nocturnos de Villa por los que los rivales se desmoralizaban. No le había puesto allí al de Jalisco Ancelotti sino Madero, en una curiosa historia de lucha y lealtad. James lanzó una falta y Kroos rebañó balones casi pisando las tumbas. Hubo un rato de pelotazos al cielo en medio de los cuales a Griezmann le denegaron la entrada debido a su peinado. En la tele juzgaron como “entrada dura” un salto de Cristiano que acabó en golpe con el hombro a Gámez. No debía de saber el locutor que Ronaldo es una suerte de Titanic incapaz de virar a tiempo en el aire como en el mar, o que los planetas no pueden modificar su órbita a placer.
Había salido Coentrao, que era la estrella madridista en la noche de las Líridas, la esquiva Barbra Streisand de los recitales a mil dólares la entrada. El Chicharito fue el alma y la lágrima, y James el niño prodigio y clarividente habilitándole con sus toques leves, igual que si fuera uno de aquellos hermanos italianos a los que se les apareció la virgen y fueron a entrevistarlos Marcello y Paparazzo en descapotable para contarnos, al menos en parte, La Dolce Vita.
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