Penalti grandísimo


Se trataba al principio de contener el juego primoroso del Rayo, que es algo que casi nunca trae sorpresas. Primoroso es Jémez, que fluctúa entre un antiguo concursante de Mujeres, Hombres y Viceversa y el Pequeño Saltamontes. Paco, para la prensa amiga a la que tiene encandilada, es como un shaolín de barrio que tiene el esquema del kung fu de salón dentro de su cabeza rapada, siempre tan bien posicionado como su equipo en el inicio hasta que hay que empezar a dar tortas, que es cuando le suelen caer goleadas como panes.

Sólo se trataba, se decía, de controlar la exhibición de fútbol total vallecano para, en el momento justo, lanzar a la caballería agazapada hasta entonces en lo alto de una loma. El Rayo lo hacía tan "francamente bien", para disfrute de los comentaristas, que casi lo único que podía pasar es que marcara el Madrid luego de culminar alguna de las combinaciones que iba practicando mientras Jémez les corregía la postura en la barra a los suyos.

Manucho incordiaba a Lukita metiéndole la pierna, quien, ofuscado, debía confundir a su rival con Lucrecia y los Lunnis y no sin razón. Había autocontrol rayista si se exceptúa a Kakuta que se subía por la paredes. Esa era la grieta por donde se empezaba a atisbar que, a pesar del dominio local, en cualquier momento podía caérseles el cielo sobre sus cabezas, que era lo único a lo que temían los galos de Astérix.

En la segunda parte el Madrid se estiró como una sombra que fue ocupando todo ese pequeño campo, tan pequeño que hasta uno de sus fondos es la pared de un frontón. Bale empezaba a meterse entre los defensas como los escoceses de William Wallace entre las tropas inglesas. Un bote pronto de cabeza precedió a esa expresión suya de sacar los dientes igual que un highlander del clan de los McBale.

Se afilaba el Madrid como en una forja de resplandor naranja mientras un herrero sudoroso le daba forma a las espadas. Tanto jugaba el Rayo a romper el fuera de juego que ya se sabía que por allí le entrarían como Saladino por el arco de Jerusalén. Fue así que James se la dio a Cristiano por debajo de la vanguardia, quien indudablemente se tiró al suelo porque le arrollaron al muy pillo.

Tras la decisión una pequeña oleada de locura como al final de Perros de Paja. Toni y Gareth amonestados. Llegaba Lukita para deshacer el embrujo con un recorte en la línea de fondo de defensa para enmarcarlo en el museo del club. Kwai Chang Jémez lo veía mal y empezó a olvidarse del tiqui taca para encomendarse al profeta Jozabed. El Madrid crecía pero sin estirón. Para colmo se vio a Casillas recortando con el pie en el área al tiempo que una aleta sospechosa se aproximaba bajo la yerba.

James daba una lección de fútbol encantador. Si Isco toca y toca, el colombiano es la antítesis acompañando el balón, mezclándose con él sin rozarle, acompasando su rumbo y desprendiéndose de él sólo en un último golpeo genial. Un guardaespaldas rodeando a una joven estrella del pop. Aunque para guardaespaldas Amaya, por el que Sergio Ramos parecía el Sr. Miyagi al lado del Shensei, que antes se había empleado sin piedad con el tobillo de Bale.

Marcelo ya cortaba, y no en diagonal sino en horizontal para hacerles correr más a los rayistas como si quisiera desgastarles. James se revolvía, aguantaba el abuso y era la antesala del gol: una internada surfista de Carvajal que conseguía salir bajo la cresta de la ola para dejársela a Cristiano que la picó en plancha de cabeza para anotar por trigésimo séptima vez esta temporada.

Salió Isco por Benzema que tan sólo había dejado unos versos sueltos y lánguidos. Maldito poeta Benzema. Al enésimo contraataque negro, Ronaldo encarando a los defensas se la cedía a James para que éste la ajustase al palo mientras Bale saltaba como el fantasma de las balas de oro cuando daba en el blanco. 

No hubo mucho más con los de Jémez arrastrándose de la pena. Modric parecía un recortador doblando esquinas de contrarios, y a Chicharito Ancelotti le sacó a falta de un minuto. Decían en la tele que el Madrid sufrió en la primera parte, y uno se preguntaba si lo del Schalke en el Bernabéu serían entonces las llamas del infierno. Al final le preguntaron a James que opinaba de la jugada de la tarjeta a Cristiano y dijo: “Penalti grandísimo” como para darle cien gallifantes.

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