Cristiano con la camiseta de rayas


Uno pensaba que el Madrid salía diezmado como hace meses sin que nadie lo notase, y que eso podía causarle complicaciones. Pero tenía razón Garitano en que ellos juegan en otra Liga. Se comprobó en las espaldas de Cristiano, cada vez más griegas. A su lado, las de Capa eran románicas, incluso prehistóricas. Un pedazo de piedra frente a una pieza de mármol de Carrara. Illarramendi estuvo ayer más veces en el suelo (y en el aire) que en toda su carrera, primero cuando se chocaba con Ander y después con Mikel (Aruabarrena), quien siempre lleva leña encima para todo el invierno.

En el principio todo era Cristiano. Un dios salido de su estatua como si lo de ayer fuera una tarde en el museo. Disparaba Illarra desde fuera igual que en un saque de Pelota. Menudo frontón. Ramos arrodillándose ante el larguero. El dios noqueando a los defensas a balonazos. Isco jugaba triste como si le oscureciese el resplandor del oro de James, a pesar del golpe de billar a dos bandas: Eddie Felson vapuleado por el gordo de Minnessota.

Luego Luka rodó al borde del área para cargársela a Cristiano. Le hizo el clac, clac al fusil y se lo puso en los pies, pero de ese cañón salió un misil con punta explosiva que rebotó y casi le corta la cabeza a Irureta. Uno no sabe que sería peor, si subirse entonces a un cuadrilátero con Tyson, o ponerse delante de una falta de Cristiano, el terror de Madeira.

Todo era Cristiano. Cristiano fallaba, Cristiano driblaba, Cristiano centraba. Modric lo observaba como un espía centroeuropeo salido de ‘El Topo’, a veces es incluso un topo, saliendo de pronto a la superficie para olisquear y luego volver a sumergirse. Lo de Cristiano eran los malabarismos de las tres pelotas pero con los pies. Imagínese un día parar en un semáforo y que se plante el portugués delante con una camiseta de rayas y la nariz de payaso.

Chicharito había salido de cruzado y se adentraba más allá de medio campo con sus saltos de gacela. Uno se preguntaba a qué esperaba Jesé para emplearse, incluso en el nombre de Dios. Tras las plegarias y el sacrificio el mexicano obtuvo su premio con un remate demoníaco girando el cuello como la niña de El Exorcista. El cielo y el infierno ahí tan cerca.

Cuando el Madrid marca Carlo lo celebra como si le diera un empujón al carro del supermercado y luego lo dejara allí correr solo sin importarle los demás clientes. Arbeloa ocupaba plaza como El Juli porque lo suyo ya es un estado mental que hay que mantener mientras el cuerpo le aguante, y por ahora parece que sí. Por un momento se levantó la camiseta y allí había una tableta de Valor, que es lo que tuvo su actuación ayer.

Imaginaba uno a Navas jugando en la hierba, incluso hablando con su dedo como si éste fuera Tony, el “amigo” de Danny, el niño de El Resplandor. Todo en el Madrid es de lujo, hasta el césped que ayer parecía de marca, la alfombra de Pazyrik inalterable a través de los siglos, como inalterable es Casillas quien en el banquillo parece un dominguero mojándose sus blancos pies en una orilla del Jarama.

Hacía los cambios Carletto y todo el mundo asentía de aprobación. Había conjunción planetaria en el Bernabéu. Se iba Modric dejando el campo lleno de agujeros y reaparecía un Silva como para pisarlos, al lado del cual tiene que retumbar el suelo igual que ante el toro. Luego se fue Ramos con una raya en el peinado tan excesiva como aquel traje suyo blanco de hace una década, antes de un choque múltiple en un atasco tras el frenazo de Piovaccari que se llevó por delante a Pepe y a Navas.

Silva parecía torpe pero también daba la impresión de gordo, sin duda un efecto óptico. A falta de fútbol Capa y Aruabarrena seguían empleándose con Illarra, que hacía gestos de dolor pero continuaba equilibrando el juego del Madrid, un mártir invisible y con clase.

Salió Marcelo y en su lugar saltó al campo Nacho, muy bien peinado en pantalones cortos y con las medias altas, un cabás para el almuerzo y la cartera a la espalda acompañado de la mano por Paul Clement hasta la banda, quien una vez lo soltó debió comprobar con orgullo que en este Madrid de primavera se tienen chicos muy aplicados. A Jesé se le había visto un caño y muchas dudas pero se tiró por el medio de un ramalazo de dos mil catorce y marcó un tiro cruzado haciendo honor a lo de Cristianito.

Sólo se veía ya al Atleti y en el medio a los eibartarras que habían superado la prueba llevándose un tres a cero decoroso. Aun así Cristiano (al principio y también al final todo fue Cristiano), se enfadaba con Isco que no se la dio para marcar el treinta y nueve. Al malagueño en Chamartín se le tiene por Curro Jiménez y no se le silba sino que se le canta. Nadie, suerte la suya, le va a llamar egoísta.

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