Ignacio Zoco, in memoriam


Mis primeros recuerdos de Ignacio Zoco están relacionados con el Real Madrid de los setenta y a los partidos que los blancos jugaban en el viejo campo de Atocha. De pequeño, solía repetir como una salmodia una alineación que no he olvidado nunca: Betancort, Calpe, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Miguel Pérez, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Como ya he escrito, también con el vetusto campo de la Real Sociedad, a donde solía ir cuando estaba en San Sebastián, acompañado de mi padre y de mi tío, un txuri-urdin pata negra, amigo de Iriondo y Artigas y para mí la persona que más sabe de fútbol; con noventa y dos años y una ceguera del ochenta y tres por ciento, aún acude de vez en cuando a Anoeta, armado con un transistor, para seguir in situ los partidos de la Real. Aunque Atocha era otra cosa. Atocha era como ir a la guerra. Atocha era Vietnam. Campo pequeño, aficionados pegados a las bandas, generalmente embarrado y donde sacar dos puntos ante los Cortabarria, Araquistain, Gaztelu, Boronat y compañía, era una proeza. Zoco, en aquellas justas, se convertía en un caballero sin armadura. Todo pundonor, valor y sacrificio. En campos como Atocha, Balaídos, San Mamés... Ignacio Zoco y el Madrid ye-yé labraron su leyenda.

Siendo jugador de Osasuna, en 1961, Ignacio Zoco pudo ser del Barcelona, como ha contado Luis Miguel González, el periodista que más sabe de la historia del Madrid. El club azulgrana tenía una opción de compra sobre él y Félix Ruiz. Pero cuando el presidente osasunista, Jacinto Saldice, les preguntó en presencia de Antonio Calderón, gerente y mano de hierro de Santiago Bernabéu, a dónde querían ir, los dos respondieron al unísono: “¡Al Madrid!”. Félix Ruiz se incorporó con los de Chamartín aquel año, y Zoco, la temporada siguiente, y no abandonó el Real Madrid hasta doce años después. A decir verdad, Ignacio Zoco nunca se marchó del Madrid, donde, además de jugador de leyenda, fue delegado del primer equipo, y tras el fallecimiento de Alfredo Di Stéfano, presidente de la Asociación de Veteranos.

Ignacio Zoco fue un medio centro de contención reconvertido con el tiempo en central. Su dupla con José Martínez, Pirri, legendaria. Zoco, como volante defensivo, y Pirri, como volante ofensivo. El Bernabéu, proclive a los jugadores que dejan el aliento para defender un fuera de banda, siempre valoró su entrega, su orgullo, su dedicación a la causa madridista.

Otras dos imágenes inolvidables de Ignacio Zoco están relacionadas con dos finales con resultados contrapuestos. Una la vi en blanco y negro en un viejo aparato de televisión. Su gol del empate al Chelsea en el minuto noventa de la final de la Recopa de Atenas de 1971 generó en mi casa una explosión de júbilo comparable al gol de Ramos en la final de Lisboa. Lástima que en el desempate posterior, dos días después, los ingleses acabaran llevándose el trofeo. La otra la viví en directo en el Calderón. El 4-0 al Barça en la final de Copa de 1974. Molowny, que había sustituido aquella temporada a Miguel Muñoz en el banquillo del Madrid, cambió a Grosso por Zoco a pocos minutos del final para que recogiera la copa de manos de Franco. Fue su último partido como madridista.

El destino, caprichoso e inescrutable, quiso que muchos años después conociera personalmente al que hasta entonces sólo había sido un viejo cromo y un montón de recuerdos. En diciembre de 2003 Ignacio Zoco representó al Real Madrid en la presentación de mi libro Todos los jefes de la Casa Blanca: de Julián Palacios a Florentino Pérez en el ayuntamiento abulense de Arenas de San Pedro. Acto entrañable y emotivo que Ignacio recordaría más tarde con verdadero agrado. Allí estuvieron, además de toda la corporación con la entonces alcaldesa Carmen Aragón al frente; Ricardo Mendiola, de Pearson; y Fernando Pérez de Camino Palacios, nieto del fundador del Real Madrid, Julián Palacios. Zoco estuvo aquel día generoso y entrañable. Como era él, un trozo de pan.

Se nos ha ido una de las grandes leyendas de la centenaria historia blanca. Un madridista de los pies a la cabeza. Zoco era una persona buena en el sentido más machadiano del término. Humilde y sencillo. Pura bondad. Descansa en paz, Ignacio. Siempre estarás en nuestro recuerdo y por lo que a mí respecta, en el corazón.

©juancarlospasamontes / 1-10-2015 Meritocracia Blanca    

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