Phelps, el Madrid y la inmortalidad


Algo tienen los dioses vestidos con piel de lobo o cordero que nos envuelve en una ferviente visceralidad de alegría y frustración a la velocidad de un parpadeo. No contentos con eso, fueron elegidos como poseedores de virtudes y defectos, pero también, como carentes de miseria, enfermedades y vejez.

Llegó Michael Phelps a Río poniendo a Zeus por testigo que había quedado redimido de sus pecados. Poseidón tardó dos días en hacerse humano mientras recordaba lo feliz que había sido en Atenas, Pekín o Londres. Y lo demás, ya es historia bañada en oro.

Horas antes, saltaba al césped de Trodheim un Madrid terrenal cuyo once bisoño generaba nubes y claros. Encomendados a Odín, que para eso vikingos de pura cepa, la calva austera pero argéntea de Filoptetes le marcó el camino a Marco Asensio, y el mancebo tiró la puerta abajo con un disparo que Sergio Rico acompañó, oración incluida, hasta la escuadra derecha de su portería. Aparecieron entonces los defectos, porque Ares nos da guerra.

Casemiro casi que ni fue, Morata sigue leyendo la parábola del hijo pródigo y empieza a perderse partidos y Kovacic no se parece a Modric ni en las últimas dos letras de su apellido. El Sevilla entendió la hazaña más por casualidad que por oficio y mientras la Giralda ya presumía orgullosa, Sergio Ramos aún tenía que torcer las líneas de Dios. Un don, un beso, un mimo, una palmada, un taconeo y en el minuto 92.33, el de Camas forzaba la prórroga, porque es para lo que nació.

Entendieron entonces los mortales que faltaba el colofón final en el que esta vez no estarían Bale o Cristiano por desgracia y Marcelo por voluntad, pero sí un tipo que parece tan corriente que asusta. Daniel Carvajal entonó el mea culpa, Hermes le dio alas y tras un diabólico sprint puso el balón a buen recaudo en la red y al Madrid donde nunca deja de volver.

Phelps ya es epopeya y el Real Madrid homenajea a Nietzsche con su eterno retorno. Reza el himno norteamericano que Estados Unidos es el hogar de los valientes. No por nada Michael ya es el mejor deportista olímpico de todos los tiempos. Sentencia el himno del Real Madrid que no hay nada más y no te puedo explicar por qué lo de este club es inexplicable pero sí por qué Michael y el Madrid son y seguirán siendo inmortales. Un día, simplemente, nacieron.

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