No soy de jornadas de reflexión; son impuestas, manipuladas y dirigidas por intereses alejados de lo que realmente importa. Pero hoy, hoy creo que merezco —aunque solo sea por salud mentad— sumergirme en esos recuerdos que cada día (y más en estos momentos), me explican el porqué.
El porqué de mi pasión…
El porqué de mi devoción…
El porqué de luchar contra todo y contra todos… aunque ese todos incluya a parte del «madridismo».
¿Radical? ¿Extremista? No, es mucho más que eso; es ver en el olvido que primero es la crítica a todos esos que nos lapidan cada día (en la mayoría de las ocasiones sin razón ni criterio), y luego hacer autocrítica. Pero… ¿cómo hacerla si no parece haber sensatez alguna? ¿Si se compara el tocino con la velocidad? ¿Si el que el árbitro estuviera en medio el domingo, se entiende como una crítica a James, Isco, Kroos…? Pero… ¡¡¿qué tendrá que ver?!! Eso es como que por pensar que si tu vecina esté buena… tu mujer no lo está. En fin, creo que es un debate que no lleva a ninguna parte porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Volveré al «remember»; ese que me arranca una sonrisa; ese que me trae a la memoria días como el de la décima, días como en el que conocí a una de mis debilidades de tuiter (la primera, porque aunque hay mucho que sobra, siguen apareciendo debilidades que merecen la pena); ese que me recuerda todo lo que rodea al Real Madrid, ¡perdón! Nuestro Real Madrid… porque yo lo considero parte de mí. Y por eso lucho, por eso me meto en jardines de los que en otro contexto (palabra que no parece tener el mismo significado para todos) ni siquiera me plantearía. ¿Separamos arbitraje de fútbol? ¿Imputaciones según quién sea? No, no… paro que me desvío.
«Remember», «remember», «remember», de sensaciones, sentimientos que te recorren de pies a cabeza transformándose en un escalofrío que hace palpitar nuestros corazones como el de un recién enamorado, ese que cree que pueden enfrentarse a todo; ese es mi Real Madrid: esa sensación continua de amor adolescente con fe inquebrantable, que aunque se resquebraje es capaz de renacer cual Ave Fénix, porque en el fondo de su corazón sabe que lo que vive cada día es real, reciba las críticas que reciba y le impongan los límites que le impongan.
Sí, muchas jornadas y sí, últimamente más, ya sea Benítez o Zizou —por mucho que nos duela—, nos hacen olvidar el porqué luchamos, el porqué nos sometemos de manera voluntaria a noventa minutos de sufrimiento, decepción y en ocasiones tristeza profunda… al ver lo que hacen algunos vistiendo nuestro escudo en su pecho.
Todo eso me hace pensar (vale sí, igual también es por el cliché de San Valentín) todo lo que me ha dado el Real Madrid, no solo en títulos (que no veo ninguno en mi casa) sino en algo realmente tangible, en algo que puede palparse, escucharse y cuando no es así: SENTIRSE. En ese palpitar rápido, intenso, profundo, que se traduce en el mejor lenguaje entre dos personas, ese lenguaje que no deja lugar a dudas sean cuales sean las circunstancias que le rodean; no siempre uno conoce a la persona indicada en el momento indicado —de hecho, muchas veces no ocurre así, será la tentación de lo prohibido o la novedad…—, pero nuestro Real Madrid es ese amor que nos mantiene vivos aunque no podamos abrazarle, acariciarle o incluso tocarle. Pero puede revivirse cada fin de semana con la misma ilusión que el primer día; al menos yo no estoy dispuesta a que me roben esa ilusión.
Hay miles de frases —algunas del gran refranero español (donde no incluyo a los títeres), otras simplemente de la sabiduría popular—, que explican nuestro día a día como madridistas; madridistas enamorados de algo más grande que nosotros mismos: un escudo, por encima de todo y de todos.
Recordad que «lo cortés no quita lo valiente», ni que «nuestros defectos no eliminan los del resto»…
Quien quiera seguir creyendo que el señorío es apuñalarse a uno mismo… es que aún no encontró el amor verdadero.
P.D: ¡Feliz San Valentín a todos! De una manera u otra, vivimos el mejor amor posible cada jornada, con todos sus pros y sus contras.
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