Todo cambia para seguir igual


La llegada de Zidane parece haber supuesto una especie de catarsis balsámica para un madridismo peligrosamente acostumbrado al tedio y la mediocridad. Suele pasar que los cambios de tendencia precisan de mucho más que la voluntad de un solo hombre.

A punto de cumplirse un mes desde la llegada del otrora símbolo del período galáctico, el Madrid sigue buscando su identidad. El francés, lejos de apostar por una revolución deportiva que intente romper minimamente con el régimen del terror que simbolizan la autogestión del vestuario y el gobierno de los nombres sobre los hombres, ha preferido optar por la siempre cómoda y a menudo agradecida senda del continuismo. Algo que, en principio, no debería ser un problema si no fuera por el hecho de que apostar por lo mismo es hacerlo por un grupo de jugadores y unos principios tácticos abonados al fracaso en el último año. 

El Madrid de Zidane se ciñe con bastante exactitud a lo que siempre fue el Madrid de Ancelotti tras la marcha de Xabi Alonso: un equipo en el que atacan muchos, defienden pocos y no muerde nadie. Sí es cierto que el nuevo técnico parece haber impuesto un cierto grado de compromiso que no llegó a atisbarse con Benítez, lo que convierte al asunto en algo aún más trágico si cabe. Donde la presión adelantada no era más que un concepto plebeyo indigno de personalidades con galones de hojalata, ahora parece intuirse un pequeño intento de implicación por parte de una BBC que aún así se sabe intocable; Kroos, convertido en una especie de mediocentro melancólico recién salido de una novela de Neil Gaiman, se resigna a aceptar que aquellos tiempos como interior con llegada ya no son más que canciones de una tierra lejana, y el intento por recuperar a un jugador de tan inmenso potencial como es James no solo es loable, sino justo y necesario. Por supuesto, de los Kovacic, Casemiro o Lucas que se embarraron sin rechistar cuando más fuerte llovía y más débil era la autoridad del anterior general no hay noticias ni las habrá, pero ya hemos comentado que este Madrid no concibe otra manera de ir a la guerra que con el pelo engominado, las jerarquías bien delimitadas y avisando de antemano, como si de un perpetuo homenaje a José Luis Gila se tratase.

No obstante, continúan existiendo graves problemas estructurales que el madridismo, su presidente, su entrenador y sus jugadores parecen asumir como propios, porque el Real Madrid no es de este mundo y ha decidido que siempre es mejor pegarse un tiro en el pie antes que salir a cenar con la camisa arrugada. Así, aquellos tiempos en los que un equipo se equilibraba con la presencia de pivotes feos, fuertes y formales son recordados como poco más que una mancha en el historial de conquistas de un moribundo playboy de revista, algo indigno de la dictadura de la estética. Es por ella por lo que el Madrid continúa siendo el equipo del 4-0-6 y de las transiciones rivales que inevitablemente muerden y duelen, y que privado de ese plus físico y numérico en posiciones de medio campo sufre sistemáticamente remontadas en contra mientras olvida poco a poco lo que es hacerlas a favor, como si esto fuera el castigo a pagar por tantas noches de hipertensión y taquicardias por vocación en el último minuto. Y en este contexto, los centrocampistas blancos son un gentleman vestido de Armani que intenta conquistar a una tronista rodeada de mastuerzos en mitad de un festival de música techno. Siempre habrá clases, pero hay entornos en los que el personal no entiende de buen gusto.

En estas circunstancias se afronta la recta final de una temporada extraña, en la que un título se abandonó por incomparecencia desde hace varias semanas y se decidió no disputar el otro, en otra de esas comedias de situación tan tristemente frecuentes últimamente en Concha Espina. Una vez más, la delgada línea entre el éxito y el fracaso más absoluto lo marcará la Copa de Europa, porque siempre son ellas las que eligen, hay males que duran 100 años y la historia está condenada a repetirse aunque uno tropiece más de la cuenta en la misma piedra. Y es que al final, todo cambia para seguir igual.

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