Bajo la atenta mirada de los tártaros


Un tiro de Alcácer lo detenía Casillas en una estirada que parecía darse en gravedad cero. Hasta en el aire el cuerpo de este portero se ralentiza. El Madrid jugaba a lo suyo, que no se sabe muy bien a lo que es, quizá un popurrí de posesión y contraataque: una banda de mariachis ensayando bajo un balcón todo su repertorio. Si no está Modric la entrada la da cualquiera y James es de los que asumen la responsabilidad: un niño prodigio, un adelantado. Al colombiano le encantan las bombitas con las que es capaz de causar masacres. Una de ellas precedió a un juego de internadas maravilloso entre Isco y Bale que no produjo nada porque la tarde tenía el designio de una cosecha sin lluvia y de un navegar sin viento.

Cristiano era placado sin contemplaciones, todo sea dicho, por no hablar de un James cosido a puntapiés. A Gareth lo que querían los valencianistas era troncharle una pierna. Hay que tener cuidado con el galés porque cada vez se parece más a Annakin Skywalker haciendo migas con Palpatine. Se le está poniendo cara de villano mientras, por ejemplo, al contrario, Ronaldo parece cada vez más bueno: el Bernabéu no lloraba por el penalti fallado sino por su estrella cabizbaja. Isco le había dado valencianismo a Parejo y, antes de que éste cayera al suelo, Annakin la empalmaba para que la parase Alves, como casi todo, mientras el público comprobaba in situ la diferencia entre un portero en activo y otro en pasivo, casi llevándose las manos a la cabeza y preguntándose, como Adenauer: ¿Cómo pudo suceder?

Dicen que Bale está molesto porque sus compañeros no le pasan la pelota, lo cual no es tan descabellado porque ya casi no se recuerda la última cabalgada del once. Últimamente parece más William Munny que Jesse James. ¿Casillas de portero y el segundo jugador más caro de la historia, un purasangre de carreras jugando de espaldas? Es una pregunta que debe responder Ancelotti, que sabe mucho más que uno del asunto. Tampoco es de extrañar así que el galés se ausentara del partido. Con esa melenita y esa barbita venía de la azotea de los estudios Apple de tocar Paperback Writer con un abrigo de pelo. Entretanto abajo se sucedían los escuadrazos, las chilenas, las medias vueltas; y todo para que al final marcase Alcácer a pase de Gayá mientras Pepe y Ramos lo miraban todo como si dijeran: “milana bonita”.

La cosa iba de mirar y cuando todavía divisaban a Kroos salir del campo lesionado igual que a aquella mujik del cuento de Chéjov que veía desaparecer la figura de su amor, el cazador egoísta, se prendía un fuego, Javi para más señas, que ponía a arder toda la estepa. El Valencia parecía el paisaje de Taras Bulba camino de Siech: las campánulas azules y la ginesta amarilla, una espesura de hierbas entre cuyos “finos tallos corrían las perdices alargando los cuellos…”. Porque el Bernabéu fue ayer un campo de batalla de cosacos bajo la atenta mirada de los tártaros. Con Illarra en el campo el destino parecía echado pero el de Motrico respondió con detalles, los mismos que van a acabar sacándole de un Chamartín harto de esperar para verlos convertidos en realidades. Quedaba Chicharito en el aeródromo haciendo el juramento del kamikaze bajo un sol de atardecer que señalaba el camino del honor. Anotaba otro palo el mejicano que también era una animadora poniendo caliente al público. Cris como Bud Spencer pegándole un tortazo a Otamendi antes de que el Valencia le montara una jaula humana para pararle. El vasco etéreo la cogía al vuelo en otro detalle infructuoso y el Balón de Oro fallaba el penalti de la desolación.

Empezó la segunda parte con un córner, y luego otro, y otro y así todo como si fuera un descuento de cuarenta y cinco minutos. Pepe se vestía de negro y cantaba I Walk the Line a las puertas de la prisión de Folsom. Habían salido Marcelo y Carvajal para picar pero fue al fin Johnny Cash quien se dejó de maderas. Se arrodillaba el portugués moviendo el puño como Nadal en la final del US Open de dos mil trece al ganar el tercer set. No todo parecía perdido. Se rumoreaba que Kroos estaba bien. El alemán no parece un teutón humilde de la RDA sino un burgués sibarita de la Selva Negra. El Chícharo a uno le levantaba del asiento con el juego de pivote aunque luego se mostraba obsesionado con esa cabeza. Bale, convertido ya en un delincuente se internaba en la defensa valencianista como Alejandro rompiendo las líneas de Darío. Fue cuando el sátrapa llamó a Negredo que salía al terreno de juego como un titán voluptuoso, un paladín invicto de los que asustan y poco más.

Alves se quejaba de la pierna y se podía observar que llevaba bajo la ropa el traje de superhéroe. Supermán o Mr. Increíble o algo así. Vino Isco para decir que se podía y Casillas, capitán y gran señor, se ponía a insultar a la grada. Nunca se había visto tal cosa. Levantaba el puño el malagueño pero el tiempo se iba a ir como se sucedían los disparos intrascendentes de Chicharito. Los mismos disparos intrascendentes de Nadal en la tierra de Madrid. Perdió la Liga el Real Madrid y perdió el mallorquín su final. Uno tiene la inevitable sensación de que se acerca el fin de una época y de que no queda más remedio que aferrarse a ella.

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