Se daba un intercambio de colores.El Sevilla conservaba su blanco pero se lo cedía al visitante en los calcetines como si lo que fuera a acontecer fuese a hacerlo con los pies.Nada de eso,o casi,como más tarde se vería.El calzado era una señal como la de los botas rojas del Oeste,que hacían su propia guerra a base de rapiña,huidas y asaltos.
El Sevilla juega a esto último sin la ambición (y quizá sin el talento) para los grandes títulos triangulándolo en modo Jémez pero con Bacca. Al hispalismo se le quita al colombiano y el resultado es un Rayo de Luz con Marisol y todo, que es lo que celebra la prensa nacional como el abuelo a la nieta allí en el campo. Aunque en realidad el equipo de Emery tiene su carácter: lo que queda de Reyes (o la versión cani de la película de Ivory) y El Arrebato del vasco.
Enseguida se colaban con facilidad los sevillistas por detrás de la defensa del Madrid y al llegar allí les sorprendía la niebla por la que se tenían que volver. Cristiano también se nublaba al contraataque pero se insistía: todos en sus proas con el catalejo y con el miedo de escuchar sin verlo el silbido de una bala de cañón atravesando el casco.
Chicharito salía de su guarida para dar pases de gol. Uno ya es de los que se quedaría con este Solksjaer. A una portería respondia la otra como en una discusión de patio vecinal. Bacca le llamaba verdulera a la de enfrente y Cristiano le decía víbora. El Sevilla hacía una especie de fútbol inglés estilizado y el Madrid aguantaba (cómo está aguantando este Madrid los golpes de la vida) y no sólo eso. Los locales se hartaban de plantarse delante de Casillas para dar pases de la muerte que en realidad sólo eran pases de susto, como si llevaran encima una muerte sin guadaña.
El dragón respondía y el Chícharo se la puso desde delante hacia atrás a Cristiano que era arrollado por una estampida de defensores. El ataque del Sevilla era el de un comando en dispersión y en cambio su defensa era de tortuga. A vista de pájaro se les veía replegarse como una decuria valerosa que en el fondo sabía que enfrente tenía a Astérix y Obélix y sus galos.
Fue Isco guiado por el faro de Cristiano quien llegó a puerto. Una bomba y con ella una brecha en la retaguardia. Luego fue James para el mexicano y éste otra vez para Cris que marcaba un gol de videojuego. Un gol teledirigido por el aire en el que Chicharito hizo la mosca de Zoo Station para que el portugués metiera la pierna. Así, así juega el Madrid que ponía distancia amenazado por el amanecer zulú de Mbia.
Se infiltraba la tribu que seguía hallando bruma hasta que Ramos les abrió un claro por arrastramiento. Marcaba Bacca de penalti al borde del descanso al tiempo que Casillas se tiraba como si le pasaran por la quilla a pesar de que James le había indicado por dónde iría el balón. Empezaba la segunda parte con un cabezazo de Vidal y con el capitán madridista empapado todavía subiendo a cubierta por la escalerilla del barco.
Respondía Kroos disparando una flecha desviada por poco. Toni corta o dispara y se vuelve como si llevara un carcaj a la espalda. Se veía a Bale con el peto de los purasangres trotando por la banda conducido por su cuidador. Mbia daba unos alaridos como para perder los nervios. Caía James y luego Cristiano, hasta cuyos escupitajos son robustos: el portugués no escupe saliva sino cubitos de hielo. Isco jugaba a lo suyo en defensa tras lo que se sucedieron tres contras seguidas. El fútbol hecho ping pong y Kroos que seguía lanzando saetas desde su torreón.
Reyes aparecía caracterizado del Torete robando coches y el Chicharito se despedía para dar paso a Gareth, que colonizaba su puesto. No sabe uno cuando Cristiano se hizo lateral, lo que le faltaba, incluso afilador del que los contrarios oyen su melodía no precisamente con nostalgia. Allí, a lo lejos, de pronto, un soldado de las tropas británicas resistía en Isandhlwana los ataques indígenas como el cardo tártaro de Tolstoi. Lanzó una bengala y atardeció en gol de Cristiano, que hace volar a los guardametas como si en vez de futbolista fuese cetrero.
Hubo abrazos de equipo con Ancelotti de núcleo de los que provocan depresión en los fariseos, pero el Sevilla porfiaba con la muerte que al fin apareció con su herramienta. Pase al centro del área y el portero haciendo la estatua. Ni aunque se hubiera estirado probablemente hubiera evitado el gol, pero ya es Casillas hombre de los que reaccionan cuando les da tiempo a pensar, justo lo contrario de lo que era.
No se movería el marcador a pesar de que el Sevilla se derramaba por el césped. Pasaban los minutos como si el Madrid fuera una esponja. Salía Illarra por Isco y después fue el mismísimo Casper quien sacaba el balón de la portería madridista. El sevillismo se hacía cruces ante la intervención de jugadores no alineados, mientras Casillas se retrataba como un bebé chapoteando en la bañera al que sus compañeros saltaban como niños un plinto en el gimnasio, sobre el que más tarde, terminadas las clases y aprobado el curso, se sentarán a comer pipas.
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