24 de mayo de 2014. No tengo palabras para expresar qué sentí ese día. A todo esto, quién me iba a decir en noviembre, al votar el día de la graduación de la promoción 2010-2014 de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, que ese día había partido de Copa de Europa, y para más inri, la final. Y quién me iba a decir a mí que ese partido lo jugaría el Real Madrid. Gracias a Dios (y a los gestores de la cafetería), acordamos "robar" un par de proyectores para así poder ver el partido en el cóctel que se celebraría después del acto académico.
A eso de las 22:40 estaba todo perdido. Ya casi me había terminado el paquete de Marlboro, intacto a las seis de la tarde. Mi mejor amiga de la facultad, a mi derecha, colchonera ella (nadie es perfecto), no sólo celebraba la victoria rojiblanca, sino que además me recordaba de una forma muy poco deportiva la condición de segundones capitalinos que ostentaríamos en lo sucesivo. Servidor, por otro lado, no sabía si permanecer sentado en la silla, con la certeza de que "noventa minuti con el Real Madrid son molto longos", o levantarse para estrangular a su compañera con la corbata.
Segundo córner seguido para el Madrid. En el primero, Modric había intentado una jugada rápida que acabó con un tiro desde la frontal de Isco, desviado por un defensa. Ha subido casi todo el equipo para buscar un gol. No queda otra, es el todo por el todo, los segundos pasan demasiado deprisa, y perdemos 1-0. De los cinco minutos de prolongación otorgados por el árbitro debido a las constantes pérdidas de tiempo del Atlético de Madrid, están a punto de agotarse los tres primeros minutos. Y despues, ¿qué?...
Luka envía con el interior un centro con efecto hacia fuera. El balón se aleja de la portería... y de repente, el contador (92:48) se detiene. Como a cámara lenta, un cuerpo vigoroso coronado con un mata de pelo recogida en una cinta aparece entre una melé de defensas rojiblancos y cabecea el balón. El balón sale fuerte, en diagonal respecto a la dirección que llevaba su rematador, bota en la línea y se aloja entre las redes de la portería que minutos antes casi transformó el sueño en pesadilla.
Mi grito espontáneo se unió al que salió de la garganta de millones de personas en todo el mundo. Mis lágrimas de felicidad se unieron a las millones que surcaron millones de mejillas desconocidas en todo el mundo, porque efectivamente, era la primera vez que un gol (nos) hizo llorar de felicidad a mucha gente.
Porque en ese momento el tiempo se paró, y no recuerdo muy bien qué pasó entre el minuto 92:48 y el primero de la prórroga. Hay quien me dijo que se me vio dando alaridos como un loco, impropios de un recién titulado jurista, mientras otros aseguran que no fue para tanto. Me da igual. Ese gol hizo que años de vergüenza, de ridículos en octavos, de trofeos consolación que no consolaban a nadie, de insultos y vejaciones, de menosprecios por parte de los poderes que rigen la política deportiva de España, Europa y el mundo, valieran la pena.
A día de hoy, me sigo emocionando cuando veo a Sergio Ramos rematar ese balón. Pura poesía. Y por ello, deseo a todos los madridistas, de todo corazón, que en 2015 persistan en ese espíritu que empujó en una cálida noche de primavera un balón en Lisboa. Ese espíritu que me hizo tocar el Cielo.
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