Cantera. Ni sí, ni no, sino todo lo contrario

25 de febrero de 2003. Signal Iduna Park de Dortmund. No llueve, diluvia como sólo diluvia en el norte de Europa en invierno. El Madrid palma 1-0 en el antepenúltimo partido de la desaparecida segunda fase de grupos de la UCL, poniéndosenos la clasificación para los cuartos de final de la competición muy cuesta arriba. En el último minuto (90+2), con el banquillo negroamarillo de pie celebrando la victoria, Zidane inicia una última galopada por banda derecha, una de esas galopadas que todos recordamos, llenas de fuerza y elegancia, mano de hierro en guante de seda. Pase horizontal a la frontal del área y Portillo cruza perfectamente a pierna cambiada a la base del palo largo de la portería defendida por Lehmann. 1-1. Alegría blanca y desolación teutona.

Ahora detengámonos en el rematador. Javier García Portillo. A sus 21 años acaba de vivir su momento de gloria en el Real Madrid, club al que pertenece desde las categorías inferiores. Los diarios deportivos madrileños, que no madridistas (a los hechos me remito), ya le califican en grandes titulares como “el nuevo Raúl”,  “el Ronaldo del futuro” y otras lindezas por el estilo. A partir de ahí, la decadencia: tras comprobarse que no daba el nivel para el club merengue, es sucesivamente cedido a equipos extranjeros de tipo medio-bajo (Fiore y Brujas), donde no triunfa y finalmente es traspasado al Nástic de Tarragona en 2006, en el que tampoco conseguiría unas cifras extraordinarias (12 goles en 36 partidos).

Este extenso inciso no es gratuito. En los últimos años se ha venido a hacer una maniquea comparación entre el Madrid y el Barça, lo que cierto diario deportivo catalán denominó “Cantera vs. Cartera”, ensalzándose por el pipero medio la labor de los equipos que sólo tiran de las existencias de la casa, en lugar de las de tesorería. Es encomiable el trabajo del canterano que llega al primer equipo, y el que suscribe es el primero que anima al entrenador de turno a dar la oportunidad a los jóvenes, pero esta idea no puede convertirse en un absoluto. El caso Portillo es muy revelador en lo referente a esta cuestión. Al ya no tan joven de Aranjuez se le dieron todas las facilidades para triunfar, pero simplemente, nunca tuvo la calidad para ello. La concepción de los clubes de fútbol como localistas ONGs que han de ensalzar el producto de la tierra ha llevado a algún equipo (de sobra conocido por todos) a pasar de “Grande de España” a tener que sacar la calculadora casi todos los años en la última jornada de Liga.

En este momento nuestro club es una máquina imparable que se pasea allá donde va arrasando todo a su paso, (permítanme que haga mía la metáfora que el Times de Londres usó cuando el Real Madrid ganó su quinta Copa de Europa, y de la que procede el sobrenombre de “vikingos”), en la que se mezcla la fuerza y el talento del mejor jugador del mundo, fichado a golpe de talonario, con un grupo de jóvenes llamados a hacer historia. No nos podemos encasillar en el modelo “sólo galácticos” o en el “sólo cantera”, mucho menos en el “Zidanes y Pavones”. Éste último se agotó antes de nacer debido a un error de concepto (canteranos sí, aunque no tengan calidad suficiente, y estrellas también, aunque no tengan hueco), que unido a una desastrosa dirección deportiva (Quieroz, Luxemburgo…) provocaron que la plantilla colapsara sobre sí misma, transformándola en una triste parodia de caracteres esperpénticos (quién no recuerda la época final del primer mandato de Florentino, con los Pablos García y Diogos, el año de los cuatro presidentes culminado con la entronización judicial de Ramón Calderón, etc).

Es necesario, y el tiempo lo ha demostrado, tener a los mejores jugadores del mundo que puedan conformar el mejor colectivo del mundo, independientemente de su origen, e independientemente de sus logros del pasado. Ese es el camino. Y ese fue el camino que nos llevó al Santo Grial una cálida noche de mayo de 2014 en Lisboa. Ahora, nos toca seguir recorriéndolo. Hala Madrid.

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