Qué ironía


El enfrentamiento entre "Wild Bill" Hickok y Davis Tutt es uno de los pocos duelos entre pistoleros que han quedado registrados en la historia del Salvaje Oeste.  Aquél 21 de julio de 1865 en la plaza mayor de Springfield (Missouri), la velocidad del revólver de “Wild Bill” Hickok ante un vaquero local llamado Davis Tutt convirtió a Hickok en un hombre conocido en todo el país, y posteriormente, en un juzgado a la vista popular. Cuánta popularidad hay hoy en día en condenar los actos de Cristiano Ronaldo, más aún, cuando a esta hora, ha llevado a Portugal a disputar la final de la Eurocopa de Francia y de momento, llega a fin de mes sin defraudar a Hacienda, acto que en España tiene que ser motivo de abrir la puerta grande de Las Ventas. Bien que nos hacen disfrutar los apodos populistas y hemos pasado de “el que no hace nada” a “aquél que no aparece en los partidos importantes”. Me gustaría llamar al estrado ahora mismo a culés, atléticos, a aficionados del Wolfsburgo, húngaros o galeses. Hay para todos y de todos los colores, puestos a elegir testigos en un juicio justo.

Cristiano, como Hickok fue el más rápido en desenfundar con acierto frente a la portería de Hennessey y gritó ante todos que él estaba ahí, que tranquilos, y entonces, hasta a Bale se le aflojó la coletilla. Hasta ese momento, a Gareth Bale sólo le faltó tratar de atajar el testarazo de Cristiano. El de Cardiff circuló por todo el campo con un criterio abrumador y con la sensación de que a falta de Aaron Ramsey, las únicas esperanzas que tenía Gales recaían en sus piernas. Lo intentó todo, y al final, cuando se hizo el silencio en todo el campo, Gareth, en cunclillas sobre el césped, exhalaba aire por primera vez en el partido. La primera parte pudo parecerse más a un bostezo que a una semifinal de la Eurocopa, pero entonces Cristiano descendió de los cielos, no sé si al tercer, al cuarto o al quinto día, para abrir las aguas y mostrarle a Portugal la otra orilla de su tierra prometida, por segunda vez en toda su historia, jugarán una final de una Eurocopa. El portugués se puso el manto sagrado a modo de mono de trabajo, se remangó y contagió a todo el equipo con su carácter y una voluntad recalcitrante para firmar pocos minutos después de su gol, una asistencia a Nani.

Qué broma del destino para los bienaventurados críticos constantes de Cristiano Ronaldo, que el portugués se encuentre ahora mismo en semejante situación y rozando con los dedos su cuarto Balón de Oro, a pesar de dirigir un equipo más mediocre que prometedor. Qué sensación tan extraña debe ser querer y no poder. No era domingo, pero vuestro muerto volvió a resucitar para no darle puntada sin hilo a tanta boca incauta. Jugará la final contra un príncipe que también anda fino, pero él sigue siendo el rey. Qué ironía, Cristiano.

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