Mourinho y el mourinhismo


José Mourinho, el entrenador más laureado de los últimos años, no sólo cosechó títulos para el Real Madrid, sino que se convirtió en un verdadero revulsivo para un equipo sumido en la decadencia. De ahí que la prensa antimadridista, dos años después de su salida, siga aún echando pestes sobre su figura.

Cuando Iker Casillas, después de haber logrado un acuerdo muy ventajoso para abandonar el Real Madrid y fichar por el Oporto, desembarcó en la ciudad portuguesa para conocer su nueva afición y equipo, al pasearse por el Estadio do Dragao se reencontró con la figura de José  Mourinho, el hombre que llevó al prestigioso club portugués a conseguir dos títulos ligueros y, especialmente, la Copa de Europa del 2004, la segunda en la historia del club de Oporto. La estatua del laureado entrenador portugués contrastaba con idéntica pose que el otrora portero madridista ha lucido bajo los tres palos blancos y los de la Selección Española en el último trienio: confundido con las componendas de urgencia de Julen Lopetegui y el Grupo Prisa, el aún hoy capitán de nuestra selección nacional no sabía muy bien dónde se había metido...

Esta efigie de Mourinho, que el Oporto tuvo a bien colocar en su estadio en reconocimiento a la ejemplar trayectoria del técnico al mando del club portugués, representado con su sempiterna gabardina y su pose estoica en una tarde de otoño, concentrado en el partido que disputan los suyos desde la banda, contrasta con la actitud medrosa y mansa de antecesores y sucesores suyos en el cargo del banquillo madridista, al que llegó después de ganarlo todo en el Inter de Milán, al contrario de unos Ancelotti o Benítez que llegan al mismo destino en una carrera cuesta abajo, e incluso tras haber desdeñado al club blanco, en algún caso con malos modos, en el pasado.

En el caso de Mourinho, su llegada al Real Madrid, «el mejor club del mundo», por llamado de «Nuestro Rey Florentino» para derrotar al entonces hegemónico Fútbol Club Barcelona del mercenario separatista Pep Guardiola, el que jugó en la Selección Española porque no había selección catalana, fue definida por él mismo como «el mayor desafío de su carrera». Pese a los agoreros que pronosticaron que a lo sumo ganaría algún título para luego justificarse, como afirmó el haragán Roberto Palomar, el juntaletras al que «No le gustan los lunes», Mou no sólo ganó títulos sino que lo hizo de la forma más espectacular posible: la Copa del Rey de 2011, tras un partido con prórroga llenó de intensidad, donde su genial estrategia de situar al central Pepe en el eje del juego madridista anuló a Leo Messi y supuso pararle los pies a un equipo que lo ganaba todo desde meses atrás; la Liga del año 2012, la liga de los récords, plagada de fútbol electrizante y vistoso, y sobre todo de goles: 121 para ser exactos, plusmarca histórica del fútbol español, además de 100 puntos en la liga sólo igualados por el Barcelona de Tito Vilanova la temporada siguiente. Fue el entrenador que acabó con la hegemonía del Barcelona, y eso en los cánones de la corrección política española duele, y mucho.

Si al término de la temporada 2012-2013, tras reconocer que el último año había sido un fracaso, Mourinho decidió voluntariamente abandonar el Real Madrid, fue únicamente debido a dos motivos: que nadie resulta imprescindible en esta vida, y sobre todo que Mou había cumplido su objetivo: había logrado ser el revulsivo que levantase a un club venido a menos, ninguneado por prensa y estamentos deportivos pese a ser el más laureado de la Historia. Aparte de que era imposible la convivencia con dos capitanes, especialmente Casillas, cuya única misión era desprestigiar al club y al entrenador con filtraciones a la periodista con la que convivía a diario, Sara Carbonero. Siendo imposible liquidar a dos jugadores endiosados, a Mourinho no le quedaba más salida que abandonar la casa blanca y buscar un fútbol como el inglés, ajeno a fingimientos, estómagos agradecidos y servidumbres políticas a sediciosos que ultrajan los símbolos patrios.

Pero aun habiendo abandonado hace dos años el Real Madrid, lo cierto es que el mourinhismo sigue más vivo que nunca: el falso señorío, que Mourinho refutó en un segundo ante Florentino Pérez señalándole que ningún club del mundo puede permitirse el poner la otra mejilla mientras el resto le injuria sin freno ni medida, el espíritu de lucha, la meritocracia propia del considerado mejor club del mundo, prendió en un buen número de seguidores madridistas. 

No por casualidad la prensa antimadridista, que en rigor es prácticamente toda la prensa española, invoca constantemente a Mourinho cada vez que sucede algo en el Real Madrid, como intentando encontrar en cualquiera de los problemas que tiene en cada temporada el club blanco la causa del poso dejado por el portugués, mirando con lupa y manipulando cada declaración suya para «demostrar» que Mou, pese a llevar dos temporadas ajeno al club de la capital de España, sigue añorando dirigir al Real Madrid. Incluso Alfredo Relaño, director del diario As, dijo de Mou recientemente que es «rico, joven y guapo», insinuando una sospechosa querencia erótica por el laureado entrenador que dice bien a las claras que estos pseudoperiodistas, al igual que contra Franco, contra Mou vivían mejor. Y saben que el espíritu del mourinhismo, entendido como sublimación del madridismo y denuncia del fraude del equipo de la esquina, el Fútbol Club Barcelona, deja en evidencia sus mentiras.

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