Como yo lo veo, sólo hay tres motivos para asistir a un partido de fútbol. A saber: que te regalen la entrada, que te apasione alguno de los equipos o que te guste como juegan. Así que no entiendo porque se sorprenden los periodistas deportivos de este «pequeño país» de aquí abajo de que no se llenen los estadios cuando juega nuestro equipo nacional. En mi caso, he de decir, que hace mucho que me abandonó cualquier motivación para presenciar (in situ o no) cualquier partido de la mal llamada “roja”. Digo mal llamada, porque si le ponemos un pseudónimo, habría que haber escogido otro; que “la roja” es Chile. Tampoco me gusta aquello del “combinado nacional”, porque me recuerda al tinto de verano y las vacaciones, y aquello ya pasó… Pero vamos al grano, que me desvío del tema como disparo contrario ante mirada de santo.
De los que sí soy es de los jugadores del equipo de básquet: una panda de chavales bien avenidos, ajenos a modas capilares y modismos manidos sobre el rival o sobre el “céspet”. Que hablan en el campo, y fuera de él, con la misma cotidianeidad con la que echan sus partidas de pocha en las concentraciones. Que cuando pierden se van cabreados al vestuario. Que lo dejan todo porque se sienten parte de un todo. Esos sí me representan, me hacen partícipe de sus victorias y también de sus fracasos.
Que sí, que soy español, pero que no soy de España, leñe. No soy de esta España, en realidad. Porque antes sí que me atraía y la seguía con interés, pero ya hace bastante de eso. Cuando jugaban los “nuestros”. Y no me refiero a los del Real Madrid, que también, sino a los que sí sienten los colores. A los que juegan a algo más que a pasarse eternamente el balón hasta que las defensas, muertas de aburrimiento, se relajan y abren sus corazas al ritmo que los aficionados sus bocas en amplios y sonoros bostezos. Me gustaba España cuando no ganaba. Cuando era un equipo y no un conglomerado de jugadores que se reúnen de cuando en cuando para marear la perdiz, y al rival, y llenar sus bolsillos de dietas. Me gustaba España cuando era el equipo de todos y nadie se adueñaba de sus éxitos. Cuando era el equipo del “pueblo” y no el cortijo de Villar y de un marqués que reincide en el amiguismo frente a la meritocracia. Ahora no juega España, juega la Selección Española. Si me apuras, yo creo que ni siquiera admite el apellido, y estoy convencido de que alguno de sus jugadores estaría de acuerdo conmigo; juegan con la Selección, sí, pero no con España. Para mí es un ejercicio de hipocresía “lamantabla”, que diría alguno, y me asombra. Porque sería mucho más respetable, y nadie nos rasgaríamos las vestiduras, si declinaran la llamada de Del Bosque y actuaran en consecuencia con sus sentimientos. Tal vez radiquen ahí los pitos al picajoso, que tanto ofenden a nuestro ilustre, pero no insigne, exentrenador. O tal vez dichos silbidos de desaprobación tengan que ver con actuaciones extradeportivas que no comulgan con la conducta deportiva que se le presupone a un deportista de bien.
Pero…, ¿a quién le importa? ¿Debiera importarnos a nosotros si no lo hace al susodicho, quien se fue a reflexionar sobre el tema por los bares de copas de la noche gijonesa ayudado, tal vez, por alguna bebida espirituosa? Los palmeros del tablao lloran, cual plañideras, tamaña afrenta sonora al equipo nacional, pero yo sólo les acompaño en el sentimiento de palabra. No sé Vdes., pero de un tiempo a esta parte, se está despertando en mí un sentimiento europeísta, que me río del de la Merkel, porque del tema de los lloros a la patria, mientras llegan los partidos que importan (los del Madrid) sólo me interesa una duda metafísica que punza mi intelecto. El silogismo de la equivalencia me conduce a una paradoja que no puedo resolver sin la ayuda de las últimas portadas de la prensa escrita. Díganme, por favor, ¿si el que pita a Piqué, pita a España? Los que pitan a España… ¿pitan también a Piqué?
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