“El mercader de la muerte ha muerto” era el título de una noticia publicada en un diario francés allá por el año de 1888, en ella se informaba de la muerte de Alfred Nobel, cuando en realidad quien había fallecido era Ludvig, su hermano. Aquel demoledor titular, sacudió a Alfred Nobel al punto que decidió darle un giro radical a su vida, sobre todo a sus bienes. Sus 355 inventos, entre ellos la dinamita, le sirvieron para amasar una gran fortuna, más tarde, también le sirvieron para arrastrar sentimientos de culpa por el mal que estaban haciendo a la humanidad sus invenciones y su empresa Bofors, dedicada a la fabricación de armamentos.
Después de leer “El mercader de la muerte ha muerto” Alfred Nobel se preocupó por la forma en que sería recordado, fue entonces cuando decidió cambiar su testamento en el que dispuso, entre otras cosas, lo siguiente:
“El capital, invertido en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyo interés se distribuirá anualmente en forma de premios entre aquellos que durante el año anterior, hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad.”
Este año, la elección del ganador del premio Nobel de la Paz y de Literatura ha generado en un gran número de personas más rechazo que aceptación, y en medio de la polémica han salido a la palestra varios nombres, que según los indignados, merecían el premio más que cualquier otra persona. Lo cierto es que la Academia Sueca sorprendió a muchos, y ya para las próximas entregas, no me entrañaría en lo absoluto que un tuitero gane el Nobel de Literatura, el curandero del pueblo, naturista u homeópata el Nobel de Medicina y el estilista de Messi el Nobel de Química por su desempeño e innovación en el perfecto tono rubio platino que vertió sobre la cabeza de la pulga.
Analizando el testamento de Alfred Nobel, Zidane perfectamente podría también optar por el premio. El único requisito que estipula el referido documento, es que durante el año anterior, el candidato, haya realizado el mayor beneficio a la humanidad, y esa exigencia Zinedine Zidane la ha cumplido a cabalidad.
Probablemente algunos lectores han quedado perplejos después de leer el párrafo anterior, otros seguramente han soltado una carcajada y tal vez todos estarán suponiendo que estaba ebria mientras escribía este ensayo, no obstante, si examinan literal y detenidamente la última voluntad de Alfred Nobel y luego repasan la labor de Zidane desde enero de 2016 y su enorme contribución a la humanidad madridista presente en cada rincón del planeta, tal vez me darán la razón, o por lo menos no les parecerá tan alocada la idea del Nobel para Zidane.
Repasemos los hechos: Antes de Zidane (a. Z) nos debatíamos entre el ridículo, el llanto y el cabreo. El panorama era oscuro y desesperanzador. Después de cuatro meses de iniciada la temporada 2015-2016, el equipo simplemente no arrancaba ni mucho menos terminaba de carburar. El 1-0 ante el Villarreal en El Madrigal, el 3-2 con el Sevilla en el Sánchez Pizjuán, el 0-4 en el Bernabéu ante el Barcelona o el empate a 2 con el Valencia en Mestalla, por mencionar algunos resultados que nos hacía hundir en el desánimo y nos llevaban a deambular por la calle de la amargura. Y ni hablar de los constantes “hemos salido a verlas venir” o “nos ha faltado intensidad” que repetían de memoria los jugadores después de desperdiciar 90 minutos de su tiempo, y del nuestro también, jugando al más absoluto e insolente despropósito, sin fútbol, sin ideas sin alma, deshonrando la camiseta y nuestro escudo. Me fastidia recordarlo. La suma de todo eso inevitablemente provocó que el madridismo se agitara hasta entrar en caos y en conflicto. Que si la dimisión del Presidente, del técnico, una limpia en el vestuario de las manzanas podridas y tal… porque recordemos que las guerras merengues son fáciles de activar y de por sí se desatan con cualquier cosa, incluso hasta sin razón aparente; entonces llegó el señor Zinedine Zidane y sin necesidad de negociar ni firmar un acuerdo de paz de más de 300 páginas, con su serenidad y sonrisa nos devolvió la tranquilidad, la ilusión y la feliZZidad.
Después de Zidane (d. Z) el equipo despegó a pasos tan agigantados que nos frotábamos los ojos y nos pellizcábamos con temor de que solo se tratase de un sueño. Zizou hizo gala de su apodo “El Mago” y echó mano de todos sus trucos, sacó del abismo a la humanidad madridista y nos devolvió la paz. Seguro Alfred Nobel daría el visto bueno y reconocería la labor de Zidane en beneficio de millones de personas madridistas desplegadas en todos los confines del mundo.
Lo cierto es que en el mundo hay personas que les aburren los procesos de paz y no saben convivir por mucho tiempo en quietud y sosiego, y la sociedad madridista no es la excepción. Podría decirse que es inconcebible e inaudito que tan solo a tres meses de ganar una Champions por undécima vez, y a pocos días de haber ganado la Super Copa de Europa, se hayan encendido las alarmas en el madridismo. Tres empates consecutivos en La Liga y uno en Champions, bastaron para agitar a la afición blanca revolucionaria. Lo curioso de todo esto, es que los rebeldes sin causa, le atribuían la responsabilidad por la falta de actitud y concentración del equipo en esos cuatro partidos, al entrenador, olvidándose que esa historia ya la habíamos vivido con Mourihno, Ancelotti y Benítez.
Los entrenadores del patio saltaron al campo de batalla, sobrados de conocimiento y ventajismo, a decir que se debió jugar así o asá, que el 4-3-3 o que el 4-4-2, que Zidane no hace los cambios a tiempo, que ese no era el cambio, que quien debió salir era este y quien debió entrar era el otro, que fulanito no está para jugar, que si no está para jugar Zidane no lo debe ni convocar, que menganito no merece jugar y sultanito sí y lo ningunea, otra Zidanada más, otra liga tirada, Zidane no juega a nada, pero que se podía esperar de él si no tenía experiencia en primera división y recién acaba de sacarse el carné de entrenador, mejor que se vaya antes que sea demasiado tarde… ¡Pero qué nivel de hostilidad, por Dios!.
¿Cómo se pueden alzar en armas contra un entrenador que está al frente de un equipo que no conoce la derrota desde el 6 de abril? 22 partidos sin perder. La última derrota puso al Real Madrid contra la pared y al Wolfsburgo con un pie dentro de las semifinales de Champions, y ya sabemos como terminó esa historia.
Después de que los revolucionarios blancos le declararon la guerra a Zidane y no se cansaban de lanzarle bombas y dispararle balas (todo desde la comodidad de su cuenta de twitter o desde el micrófono abierto de la radio, televisión o prensa escrita), fue entonces que volvió Zidane a poner orden y a instaurar la paz con un espectacular acuerdo firmado en el Benito Villamarín que maravilló al mundo entero. Poco, o casi nada es lo que hay que objetarle a ese acuerdo negociado durante 90 minutos. Una maravilla para coleccionar, sobre todo la cuarta cláusula gestada en las botas del negociador Mateo Kovacic y finalizada con las del pacificador Isco Alarcón, pasando por varios intermediarios que aportaron mucho a la causa: Pepe, Benzemá y Cristiano. Instaurar la paz bajo esas condiciones y devolverle la fe a gran parte de la humanidad, desde mi punto de vista (que es bien limitado y siempre lo concibo desde mi madridismo) también presta mérito suficiente para optar por el Nobel de la Paz.
Táchenme de orate si quieren, pero aprovechando que en esta web madridista me han dado luz verde para juntar las letras como mejor me parezca y encima las publican por todo lo alto pese a mi escasa capacidad de coordinación lógica y coherente de las ideas, desde este sacro sitio meritocrático, hago un llamado a la Academia Sueca y reclamo un Nobel para Zidane, que se lo den y que se ahogue en bilis el antimadridismo de una puta vez.
¡Hala Madrid, meritocráticos!
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