Pobre empate hoy en Chamartín, en un partido marcado tanto por el encomiable oficio de un Eibar que supo leer el partido en todo momento como por la complicada situación física y psicológica que han tenido los últimos resultados del Madrid sobre el equipo.
Empezar a explicar el partido sin tener en cuenta las bajas sería imposible. Primero el bueno de Casemiro, de cuya baja se aprovechó en demasía el Eibar: Sin el brasileño, las segundas jugadas y los balones largos eran todos para los vascos, quienes se mostraban imperiales ante cada balón dividido contra los Kroos, Isco y Kovacic.
Sin Modric y sin James el Madrid estuvo a falto de esa chispa individual que es capaz de sobreponerse a los atascos puntuales: El croata aporta criterio y verticalidad a un equipo que muchas veces adolece de abusar del centro, cosa que frente al Eibar ocurrió en exceso, mientras que James, con su precisa zurda, ha resuelto más de un partido en el que pintaban bastos.
De alguna manera, la mezcla en el centro del campo fue absolutamente contraproducente: Kroos se vió escudado a la hora de defender ya que tanto Isco como Kovacic son jugadores intensos, pero ninguno de los dos supo interpretar bien el juego: El primero siempre va medio segundo por detrás de la jugada y el segundo va siempre medio segundo por delante. El balón se perdía rápido y Kroos no parecía nunca tener claro hacia donde pasarla.
La otra clave del partido fue el tempranero gol del Eibar; con el surgieron todas las dudas y vinieron a la cabeza los tres empates consecutivos y la posibilidad de irse al parón tirando por la borda el buen inicio de temporada, y así fue. Pese a que el empate llegó rápido el equipo blanco ofreció en cada momento su versión más improductiva, abusando de centros al área desde casi el primer momento sin intentar abrir por dentro a un rival que tampoco se refugió en exceso como para que semejante tarea resultara digna de un asedio.
Cuando se cuentan con tres de las mejores cabezas de Europa, el centro es un recurso poderoso, pero ahí el problema: Tan acostumbrado esta el Madrid a los remates salvadores de Ramos, Bale o Cristiano que tiró por ese carril desde el principio, facilitando mucho el plan de los vascos.
Los cambios no tuvieron tampoco un efecto excesivo, más allá de resolver cuestiones individuales del conjunto: Morata no profundizó lo suficiente al equipo pero mejoró el remate de un Karim desaparecido, Asensio aceleró el pase con respecto a Isco pero dejó demasiado solo a un Kroos que ya sufría con las incursiones constantes de Kovacic al área, y Nacho mejoró la zaga en estático al ser el único central del Madrid capaz de actuar como solvencia en el puesto de central izquierdo que domina Ramos (Varane y Pepe sacan sus peores versiones ahí) pero a cambio empeoró los problemas aéreos que ya atormentaban al conjunto merengue con la ausencia de Casemiro.
Al final el equipo acabó partido en dos, lanzando balones bombeados y dejando que Bale y Danilo metieran centros imposibles a pie cambiado. Y aún así se pudo ganar.
Porque eso es el mayor problema y a la vez solución del conjunto blanco: Pueden ganar con prácticamente nada como contra el Sporting o Celta, pero esa misma dinámica se puede volver en contra en cualquier momento como se vió en el partido de esta tarde. En la peor noche en lo que va de temporada, aún se salvaron múltiples ocasiones in-extremis, postes incluidos, que hubieran dado un matiz completamente distinto a la noche.
Mourinho dijo una vez, tras varios empates seguidos en su primera temporada, que llegaría el momento donde esas ocasiones falladas en los encuentros previos entrarían todas de golpe un día y pobre de aquel que estuviera delante. Así fue y de manera consecutiva Deportivo, Málaga y Racing sufrieron escandalosos resultados en contra. Que pase el siguiente, porque cuando las lesiones paren de surgir en cada esquina y las ocasiones tengan la amabilidad de entrar, la goleada será de escándalo.
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